Por: Mtro. José Valderrama Izquierdo

Partamos de dos interpretaciones que en nuestro contexto epocal podemos constatar de forma directa ya que no escapamos a ellas. La primera es inherente al tiempo y es la velocidad y la segunda tiene que ver con nuestra posibilidad diaria y constante de significación, el arte.

Las personas asumen que necesitan consumir nuevas tecnologías y el medio para hacerlo son los dispositivos electrónicos, mismos que en su disposición algorítmica, seleccionan y diseñan nuestro interés con precisión quirúrgica, pero sobre todo con velocidad y ante un deseo aspiracional instrumentado, imposible quedar fuera de esta lógica, además, el crédito garantiza el endeudamiento en caso de dificultad para adquirir algún dispositivo, todos pueden endeudarse con tal de acceder a las pantallas que erotizan masivamente en la imposición del consumismo. El dispositivo electrónico da acceso a otro dispositivo de información y entretenimiento que asfixia, satura y ocupa la atención y la mente rápidamente, nos dan acceso a millones de datos, tantos que la información en ellos nos desborda y dificulta la concentración. Esto minimiza las posibilidades del silencio, de hacer un alto, una pausa, se desarticula la posibilidad de la duda, de la reflexión, y si esta existe momentáneamente es para encausar el ver, donde seguir poniendo la atención y el tiempo, es decir, la vida.

La rutina y la inercia consumista, terminan siendo más fuertes que la incertidumbre de la pregunta, esta parece inaudita ante la vorágine del streaming, nuestro pensar no es nuestro y pareciera que la palabra, con su texto y gramática, ya no resulta útil para acceder a una reflexión de frontera que argumente la posibilidad de un tiempo otro, como dice Franco Berardi (Bifo), el tiempo es “un modo de lo sensible” y desde ese modo sensible, es posible un tiempo para crear nuevas formas de pensarnos, de entendernos y de encontrarnos. Hoy se evita confrontarse en la identidad del otro, de lo otro y se sigue idealizando una existencia que no sea contradictoria y dolorosa, por tanto, creativa.

La velocidad en el ámbito creativo, no escapa de las lógicas anteriores, de ahí la pausa por pretender dignificar, innecesariamente tal vez, uno de los lugares del arte, aquel del cual el dolor es una articulación con la posibilidad contingente, aquel donde y desde donde sucede la confrontación multidireccional del arte, confrontación sensible, emocional, pragmática, teórica, hermenéutica, solo por referir algunas posibles y que resemantizan nuestro pensar, facilitando que surjan formas insospechadas de entendernos individual y colectivamente, formas “inútiles” de existir con uno mismo y con el otro, con lo otro, y son inútiles porque des institucionalizan, creando nuevas complejidades.

Recordemos que, si el arte tiene una utilidad, esa está en su inutilidad y en aquello que el arte tiene de sí, que posibilita sensiblemente el acceso a la frontera propia y ajena, aquello que no se puede explicar, porque no se alcanza, un intangible que se interpreta, se intuye que ahí esta y que probablemente no requiere tampoco de explicación. Un aquello que se experimenta sensiblemente, una ruta sin la certeza de un final, una frontera que se transita deconstruyendo creencias, instituciones y costumbres, plena incertidumbre creativa que puede o no, empatar con la veloz seducción de las pantallas.

De esta forma es que epocalmente, en el fenómeno del arte hay un tipo de guerra contra la imposibilidad de la duda, hoy no se crean condiciones para la pregunta y así ubicar las lógicas actuales en duda, eso parece inapropiado, sin sentido, y al final no nos enteramos de que, ante la instrumentalización de las tecnociencias, corremos agotados y con traspié, sin respiro, la velocidad es tal, que la sobreinformación satura y patologiza la atención, no está permitido sentir aquello que no sea la satisfacción del deseo previamente instrumentado.

La proporción de la velocidad con la cual obtenemos información no es proporcional a nuestra capacidad de interpretarla y usarla, vivimos un mundo de estéticas alienadas, nos vemos llenos de cosas, mensajes y experiencias que, al seducir nuestros sentidos, reciben nuestra atención, nuestro tiempo de vida, esto termina por jerarquizar nuestro horizonte simbólico al servicio de unos datos e información que han sido programados para ello. La velocidad de estos datos e información representa el mejor y más rentable dispositivo para una nueva forma de fagocitar procesos simbólicos trascendentales, de absorber nuestro tiempo con interés y modular ficciones que perpetúan un mundo alienado, uniforme y unidireccional. En ese sentido lo grave seguirá siendo la inutilidad instrumentada que del arte se ha hecho.

Para cerrar esta breve reflexión, parece necesario reiterar que el arte no necesita de reivindicación alguna, porque en sí, no tiene frontera, es decir que, a diferencia nuestra, que ontológicamente nos sujetamos de aquellos símbolos que nos dan certezas, el arte está a disposición simbólica para lo que se ofrezca, siempre sin ataduras, sin condiciones, no las requiere, somos nosotros quienes nos encargamos de impregnarle de ellas. Por eso la guerra que epistemológicamente el arte posibilita, no es una guerra mediada por posiciones éticas o morales, sino por el abordaje directo, inmediato y en ocasiones violento de la frontera en el territorio de la creatividad, de la interpretación de nuevos vínculos, procesos, circunstancias y tiempos.

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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