Por: Mtra. María José Hernández Soto
No hay mal que dure cien años
Mi mamá tuvo la culpa de hacerme tan vulnerable al dolor. Me atrevo a decir que, desde bebé me recetaba analgésicos al primer síntoma de cualquier enfermedad e inmediatamente volvía a estar sana. Muchos psiquiatras y psicólogos denominan a este fenómeno “frustración al dolor” y es que, si padeces este síntoma, te aferrarás al desconsuelo y a la aflicción toda la vida, sobre todo porque es lo último que nos “queda” cuando termina una relación.
Es difícil para el cerebro procesar el desenlace de un vínculo amoroso, el fallecimiento de un ser querido, un amigo que se cambia de domicilio, terminar un contrato laboral o incluso la muerte de nuestra mascota, pues no importa lo que sea, el desamor duele igual que un cuchillo clavado en el corazón.
Una de las explicaciones científicas la tiene Ethan Kross, al afirmar que, si hay un resquebrajamiento emocional, el cerebro activa algunas de las zonas que intervienen con el dolor físico. Así mismo, Silvia Ibarra, especialista en psiquiatría, señala que a nivel neuronal las regiones del cerebro involucradas en el procesamiento del dolor físico se superponen a las neuronas relacionadas con la angustia social provocada por una pérdida.
Por otro lado, Helen Fisher, investigadora del comportamiento humano de la Universidad Rutgers, explica que el dolor se manifiesta en el cuerpo tal y como sucede cuando se experimentan los signos comunes de abstinencia de drogas, es decir, se viven una y otra vez los enojos, episodios de llanto, letargo, ansiedad, insomnio o hipersomnia; pérdida de apetito o atracones, irritabilidad o hasta la propia soledad crónica.
Ciertamente vivir así es una mezcla de resignación, desilusión y pesimismo. Solamente la esperanza radica en saber que ese dolor se superará y que solo es cuestión de tiempo. Hasta ahí todo bien, pero ¿qué hacer con lo que no pudo ser?
La historia cuenta que Jonathan vivía un amor adolescente; estaba enamorado de Luisa, su compañera de clase. Jonathan se emocionaba al oler el perfume de su cabello que se esparcía por los pupitres de sus alrededores. Una noche antes de que cumpliera años la quinceañera, Jonathan había preparado todo para declararle su amor, sin embargo, no contaba con que el destino le quitaría a su padre cuatro horas antes de amanecer.
Al pasar los días, Jonathan cambió de escuela, vivía su duelo, pero nunca se olvidó de Luisa. Fue hasta que tenía 23 años cuando la encontró en los pasillos de un hospital. Ella le brindó el pésame que jamás le pudo dar cuando eran adolescentes y lo invitó a su boda; él solo se percató de su olor que aún lo mantenía enamorado. Fue en el 2010 cuando se volvieron a encontrar en la calle, ella lo saludó con gusto y le comentó que estaba divorciada; Jonathan la abrazó diciéndole: – “yo ya estoy casado”.
Hace dos años, Jonathan la volvió a encontrar en otra cita médica, le comentó a Luisa que ahora él estaba divorciado, pero ella mencionó que se había vuelto a casar. Para Jonathan fue una conmoción dolorosa que le hizo comprender que estaba destinado a vivir con la ausencia de Luisa toda la vida. Fue así que decidió empezar a olvidarla, pero, ¿cómo se olvida a la persona que siempre has amado? La única forma que ha logrado para proteger su alma es vivir en silencio, manteniendo su fotografía arrumbada en uno de los rincones de su pantalla de inicio de la computadora y esporádicamente visitando su perfil de Facebook.
Hace unos días le escribió una carta. En ese texto le expresaba todos sus sentimientos, sus anhelos imaginando una vida con ella, los recuerdos que se habían quedado en su memoria, los abrazos que no le había dado y que soñaba dárselos. También le contó la cantidad de veces que quiso olvidarla haciendo una revaloración negativa de su personalidad, pero jamás lo logró. Finalmente le escribió lo mucho que le dolía que lo “suyo” nunca sucedió, que ni siquiera empezó y que por el bien de ambos debía despedirse.
Jonathan no envío la carta, pero sintió un golpe duro en el pecho cuando terminó de redactarla. El doctor en neurociencias, Eduardo Calixto, diría que era el “Síndrome de Tako Tsubo” o, mejor dicho, el “Síndrome del corazón roto” (afección cardíaca temporal). Si Jonathan supiera esto, no le importaría mucho, porque lo que hizo ese día fue doblar la carta y guardarla en el cajón de lo que no pudo ser.