Por: Mtra. Liliana Moreda Tobón
Hace casi tres años empezó la pandemia y nunca imaginamos que sería el inicio de una serie de eventos que, hasta el día de hoy, desconocemos su impacto; apenas logramos ver la punta del iceberg.
En los procesos de enseñanza-aprendizaje, la virtualidad llegó para quedarse y coexistir con la presencialidad. Ha permitido acercar espacios de encuentro y diálogo con otros y otras que, por la distancia geográfica, hubiera sido difícil realizar.
Durante la pandemia, la virtualidad permitió continuar con las actividades diarias para quienes tuvieron la posibilidad de hacerlo, pero no de la misma forma. Se acentuó el “hacer” como un modo de “ser y existir”; por lo menos así se vivió en el ámbito educativo. Sin embargo, dejamos de convivir fuera de nuestro entorno más cercano.
Esto nos ha llevado a repensar y reaprender la forma de relacionarnos con los demás. Para quienes no tuvieron la oportunidad de continuar con sus actividades diarias porque la pandemia también acentuó las desigualdades, ¿Qué tendríamos que hacer? ¿Cómo reconstruir un tejido social de por sí fragmentado?
La pandemia nos obligó a hacer una pausa prolongada que detonó en varios de nosotros incertidumbre, ansiedad, miedo, violencia; pero también, en el mejor de los casos, nos permitió tener un proceso de introspección y cultivar la paciencia como mecanismos de resiliencia.
A sólo un par de meses de iniciar un año con una nueva presencialidad, es importante reflexionar acerca de los desafíos que se presentaron y se manifestaron tanto en el ruido como en el silencio. Para quienes nos dedicamos a la docencia, tenemos el reto de observar, escuchar y atender las necesidades de nuestros estudiantes, que van más allá de generar conocimiento colectivo. Tenemos que sentir su pulso para poder acompañarles.
Detrás del silencio, la apatía y una aparente indiferencia como mecanismos de protección, existe una necesidad imperante de ser escuchados. Es importante dedicarles tiempo y no solo exigirles el cumplimiento de sus obligaciones.
Es de suma relevancia dotar de sentido la educación que reciben en el aula, no solo para obtener un título y poder competir en el ámbito laboral-profesional, sino para ser agentes de cambio y transformación social. Para generar propuestas más dignas y justas para todos y todas, y no sólo para unos cuantos.
Los estudiantes que participan en el Programa de Voluntariado son un ejemplo de compromiso con la sociedad, al poner sus conocimientos al servicio de personas en situación de vulnerabilidad (adolescentes que han sufrido violencia, personas de la tercera edad, etc.). Son líderes responsables que acompañan y dan esperanza a otras personas.
El año 2022 cerró con la esperanza de habernos reencontrado después un largo tiempo; pero el 2023 nos presenta enormes retos para diseñar estrategias de acompañamiento que permitan desaprender para aprender nuevas formas de relacionarnos con los demás, desde el amor, el respeto y la compasión.