Por: Rosalía Castelán Vega

rosalia.castelan@correo.buap.mx

 

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la seguridad alimentaria se cumple cuando “todas las personas, en todo momento, tienen acceso físico y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos, para cubrir sus necesidades y preferencias alimentarias para una vida activa y sana”. Cualquier situación que la comprometa genera inseguridad alimentaria.

El año 2050 se ha convertido en una fecha clave para la población mundial, debido a que las estimaciones de las Naciones Unidas apuntan a que seremos alrededor de 9 700 millones de habitantes en el planeta.

Este pronóstico ha desencadenado una carrera para garantizar la alimentación para la población creciente, puesto que el suelo, que es la base para la producción del 95 % de los alimentos que consumimos hoy en día, y el agua, que se necesita para la producción agrícola, no aumentarán.

Actualmente 815 millones de personas viven con inseguridad alimentaria, y por lo menos, 2 000 millones no cuentan con alimentos nutritivos, esto nos lleva a cuestionarnos sobre en qué situación llegaremos a la mitad del siglo.

A este panorama se suma el contexto actual del cambio climático que enfrentamos, en donde la producción agrícola se ve afectada por los incrementos de temperatura, la escasez de agua, las inundaciones y la mayor incidencia de plagas y enfermedades.

Esta problemática que se avecina, tiene prioridad mundial, debido a que el agua y el suelo son la base de la seguridad alimentaria, pero también son provisores de varios servicios ambientales de gran importancia en los ecosistemas, como la regulación del clima y la depuración de contaminantes, entre otros. Además el suelo retiene tres veces más carbono que la atmósfera, por lo que es un elemento importante para combatir el cambio climático.

La producción de alimentos es la actividad que demanda la mayor cantidad de agua en el mundo, se estima que alrededor del 70 % del agua extraída se deriva en la actividad agrícola, y en los países en desarrollo esta cifra puede alcanzar hasta el 95 %, su escasez puede generar hambrunas y desnutrición en zonas de alta vulnerabilidad.

El agua es importante en la agricultura porque se utiliza no solo para satisfacer las necesidades hídricas de las plantas, sino también es indispensable para la aplicación de fertilizantes y plaguicidas.

En los últimos tres años, las prolongadas sequías fueron la causa del 60 % de las emergencias alimentarias del mundo. En México el tipo de agricultura predominante es la de temporal, es decir, aquella que depende del agua de lluvia durante el ciclo de producción, por lo que las alteraciones en los patrones de precipitación han afectado enormemente los rendimientos en las unidades de cultivo a nivel nacional.

A esto se suma, que en el país el 42 % de los mantos acuíferos (agua subterránea) están sobreexplotados, es decir, ya cuentan con muy poca agua disponible, debido a que su extracción ha excedido un 10 % de su recarga. Por lo que, la agricultura de riego, también se encuentra comprometida.

El 33 % de los suelos destinados a la producción agrícola a nivel mundial se encuentran afectados por algún proceso de degradación; en México esta cifra corresponde al 64 %. Esta degradación disminuye la fertilidad, lo que se traduce en menor cantidad de alimentos producidos y menores ingresos para los productores, también afecta la biodiversidad, particularmente a los microorganismos del suelo, quienes son los responsables de la disponibilidad de nutrientes para las plantas.

Los mejores suelos para sembrar han sido sellados por asfalto o cemento, debido al desplazamiento de los productores por la constante expansión urbana; y el espacio en donde actualmente se cultiva, presenta serios problemas de deterioro, debido a las malas prácticas agrícolas, a la erosión, la salinización y la contaminación.

Otro desafío para el 2050, es la reducción al máximo de los impactos negativos que genera la agricultura, esto significa la disminución del uso de fertilizantes químicos y de plaguicidas, los cuales dañan los ecosistemas, pero también son causantes de serios problemas de salud, como el cáncer.

Este escenario expuesto demuestra que los sistemas actuales de manejo en el campo, no son sostenibles en el tiempo, el suelo y el agua están llegando a un límite y un punto de no retorno, que no garantizarán la seguridad alimentaria en el corto tiempo.

Actualmente se implementan diversas estrategias para mitigar las consecuencias de la falta de agua y los suelos poco productivos en la agricultura, tales como el uso indiscriminado de fertilizantes químicos y plaguicidas, el desarrollo de plantas genéticamente modificadas tolerantes a bajas condiciones de humedad en el suelo, resistentes a plagas y enfermedades, mejoras en la optimización en sistemas de riego y prácticas culturales, riego inferior a las necesidades hídricas de los cultivos de manera controlada; sin embargo, esta tecnología no ha sido suficiente para afrontar los problemas actuales, y mucho menos lo serán para los retos futuros.

Es urgente una transformación en las formas de producción, con el objetivo de garantizar la demanda futura de alimentos, pero también la conservación de los ecosistemas, para esto es necesario un enfoque centrado en la planificación del uso sostenible y racional del suelo y el agua.

Se requieren adoptar formas de cultivar a menores escalas, que nos lleven a disminuir el impacto de la actividad agrícola, pero que brinden seguridad alimentaria y garanticen un reparto equitativo de los alimentos, reduciendo la pobreza y las desigualdades.

De igual forma, es necesario mejorar las tecnologías poscosecha, con el objetivo de disminuir la pérdida de alimentos durante el almacenaje y distribución, lo que ayudaría también a mantener un precio bajo para el consumidor.

En este sentido, impera impulsar acciones inmediatas para la conservación del suelo y el agua, respaldadas por conocimiento científico tecnológico, que se enfoquen en regular el uso del agua y frenar el deterioro acelerado del suelo. Este es un binomio que nos permitirá alcanzar la seguridad alimentaria, con sostenibilidad ambiental y justicia social.

Bajo lo expuesto en estos breves párrafos, deseo terminar bajo la reflexión que el agua no solo la bebemos, también la comemos.

Foto tomada por Rosalía Castelán. Cultivo de café en Cuetzalan, Puebla.

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