El elemento que permite decir que en una sociedad es civilizada es el que se refiere a la cultura de la legalidad. Cuando un grupo social establece reglas y honra su cumplimiento, por encima de la violencia y la irracionalidad en la forma de solucionar los conflictos, podemos apostar a la permanencia y paz en ese entorno.

En el desarrollo de la humanidad hemos tenido diversas formas de organización y reglas que al aplicarse no siempre lograron un ejercicio justo en la convivencia; la crueldad, la tortura, la venganza y otros lastres eran el eje de la normatividad que llegó a aplicarse de manera generalizada.

Cuando incluimos el elemento humanizador y ético como esencia de las leyes y sobre todo la dignidad (como ese derecho a ser respetados sin discriminación), se conquistó la forma de organización civilizatoria que apuesta a los escrúpulos, los alcances y límites en el ejercicio de derechos y sobre todo el objetivo de trascender de las simple violencia y la venganza a la búsqueda de justicia como la forma que permita la concurrencia armónica a sabiendas del derecho a la diferencia y libertad con responsabilidad que tenemos.

Al fomentar la cultura de la legalidad le apostamos a erradicar toda forma de violencia y a encaminar el ejercicio de derechos a reglas del juego previamente establecidas que garanticen una serie de principios que se reivindican en el tiempo y que garantizan que no haya abuso de autoridad e impunidad de quienes deciden romper con las reglas consensuadas. Esto nos da confianza en la creación de instituciones y sobre todo garantiza la seguridad humana a sabiendas que los mal entendidos, conflictos y controversias se pueden presentar, pero se canalizan a instancias que determinan las consecuencias y a quien le asiste la razón.

Entender que por ominoso que sea lo que se padezca por otra persona, perdemos en lo individual y social cuando se responde en los mismos términos de la afrenta recibida, regresamos a un simple “me la haces… la pagas” y dejamos de dignificar nuestra actuación que cobra mayor fuerza cuando nuestra exigencia es pacífica pero firme. Muchos son los ejemplos en la historia en donde nada cambio en el uso recíproco de la violencia, en cambio; los antecedentes de figuras y ajustes normativos responden a quienes exigen que las situaciones que se sustentan en errores institucionales o personales no se repitan, que, si bien se padecen por la víctima, esto no lo vuelva a padecer nadie más.

Uno de los ejes que permiten la vigencia de la cultura de la legalidad es justo ese “cultivar” y comenzar con el aspecto pedagógico que deriva en el empoderamiento de las personas al conocer sus derechos y sus obligaciones. Decir y reiterar que en sociedad “a todo derecho hay una obligación y que a cada obligación hay un derecho”, este axioma permite que partamos de la corresponsabilidad y el deber de actuar o abstenernos de manera que dañemos a otras personas, bajo el principio de que “nuestro derecho acaba en donde empieza el de los demás”. No podemos obviar y dar por sentando que las personas conocen sus derechos y deberes, un porcentaje amplio de las afectaciones y de la impunidad parten de la ignorancia de nuestras normas vigentes, de ahí la urgencia de difundir sus premisas y explicar sus consecuencias, ese es el inicio y constante necesaria para que prevalezca la armonía y se deseche la demagogia que abusa de esa falta de conocimiento de nuestros derechos.

La apuesta es a ser mejores personas, seres humanos en convivencia armónica y sociedades más justas, libres y responsables. Esto es civilizadas.

[1] Profesora Investigadora Titular C de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Cuajimalpa. Catedrática de Licenciatura y Posgrado en la Facultad de Derecho UNAM.

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