Por: Michel Chaín 

Desde la perspectiva mexicana, Canadá es visto como el socio comercial “cool” de la región que, por un lado, es aliado de los mexicanos cuando hay que negociar algo con los EE.UU. quienes, al estar a dos frentes contra sus principales socios comerciales y vecinos, no tan fácilmente pueden ejercer la fuerza que, en otras circunstancias, su peso económico y poderío geopolítico les permitiría ejercer; por otro, son el ejemplo odioso que  los mexicanos usamos para ilustrarle a los norteamericanos todo lo que se nos ocurre que podrían hacer a nuestro favor pero que, por “gachos” y por haberla hecho tanto tiempo de “policía del mundo”, nada más no quieren.  En este sentido, que un par de políticos canadienses conservadores hayan pedido la salida de México del T-MEC, sin generar una reacción mediática en su contra, raya en lo gachito y preocupante para nuestro país; pero que hayan sido respaldados por un miembro del gabinete liberal del “súper cool” Justin Trudeau, ya debería comenzar a encender luces amarillas y naranjas en el Gobierno Federal.  Si  bien no estamos frente al apocalipsis, ni nada parecido, el momento por el que pasa México en su región de referencia, que es Norteamérica, no es bueno y, sin caer en dramas, derrotismos ni histerias, ya es tiempo de hacer algo respecto a la creciente mala imagen de México entre sus socios comerciales, así como el  efecto que  las bravuconadas del presidente electo Trump, pueden tener para el conjunto de Norteamérica y, en específico, para el futuro inmediato del país.

 

  1. La integración norteamericana Cuando en los 90’s se comenzó a negociar TLCAN (NAFTA) -hoy T-MEC (USMCA)-, el mundo estaba tan enfocados en los aspectos legales, comerciales y financieros del acuerdo, que fueron muy pocos quienes llegaron a dimensionar que, junto con el acuerdo tarifario, también se gestaba una nueva identidad cultural, conformada por los Estados Unidos, un miembro de la muy británica Commonwealth y un país latinoamericano que, finalmente, tomaba distancia de la narrativa del nacionalismo revolucionario y, en su lugar, capitalizar a su favor las ventajas de tener su envidiable (y, en los hechos, muy envidiada) frontera terrestre con los EE.UU. Al paso del tiempo, el acuerdo resultó ser un éxito, en los términos que fue planteado permitiendo, entre otros logros, que México superara su dependencia al petróleo, gracias al masivo crecimiento de las exportaciones manufactureras mexicanas que, dicho sea de paso, le pasaron por encima a las petroleras y explican que, respecto a su nivel de 1994, nuestras exportaciones hayan crecido poco más de 10 veces. Todo, sin que los lazos históricos de Canadá con el Reino Unido dejaran de ser parte de su identidad cultural y sin que México dejara de ser latinoamericano.  Eso sí, los canadienses se convirtieron en unos miembros de la mancomunidad “especiales”, tal como las y los mexicanos nos asumimos como unos latinos “únicos”, ambos por ser también miembros de la región norteamericana y gozar de las ventajas del acceso preferente al mercado más grande del mundo
  2. Glasnost y perestroika norteamericana, pero sin revolución cultural. Pocos años antes de la entrada en vigor del TLCAN, Mijaíl Gorbachov hizo el intento desesperado de salvar a la Unión Soviética mediante la glasnost -apertura política- y la perestroika -apertura económica- las cuales, si bien no pudieron salvar a la URSS del acumulado de sus propias ineficiencias, sí marcaron a la cultura política de la época.  De este modo, se dijo que la crisis del 94 en México se explicaba porque el salinismo se concentró en hacer una “perestroika mexicana” pero sin glasnost y actualmente, sobre simplificando el análisis, se puede decir que, a nivel regional, Norteamérica hizo bien ambas, pero nunca nadie impulsó una revolución cultural de la cual una narrativa propia para la región TLCAN.  De esta manera, una vez que los políticos que capitalizaron la firma del Tratado como un logro se retiraron o perdieron vigencia, el vacío narrativo resultante fue colonizado por las interpretaciones previas al Tratado, recrudeciendo el racismo y antimexicanismo de los estadounidenses, la versión canadiense del “insularismo británico” -con todo y su relación especial con los EE.UU. y la muy mexicana interpretación xenofóbica de la historia regional, que subyace detrás del citado, hasta la saciedad, “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
  3. Y llegaron los iliberales, el postmodernismo y el fentanilo. Si de suyo ya era tradición que en todos los debates por la presidencia de los EE.UU. agarraran a México de piñata, la falta de una narrativa consolidada, que hubiera permeado en inconsciente colectivo de los tres países, provocó que tanto demócratas como republicanos criticaran al Tratado y los supuestos beneficios que “a la mala” había obtenido México para posicionarse entre el público no especializado, sin que nadie se tomara el tiempo para recordarle a los votantes de los tres países cómo el TLCAN/T-MEC había permitido grandes beneficios, medibles y comprobables, a los tres países.  A esto hay que sumar la llegada de una camada de líderes iliberales, dispuestos a polarizar al mundo, desacreditar a la información científica, mentir argumentando tener “otros datos” o con el pretexto de las “posverdades o desarmar las institución es democráticas liberales, con tal de consolidar su poder; la ruptura de la Modernidad como etapa histórica y la llegada de una nueva generación, formada en el paradigma de la Postmodernidad, que esta dispuesta a creerles a los iliberales y populistas, a pesar de los datos duros y la evidencia científica; la confrontación geopolítica entre Beijing y Washington; así como la crisis en los Estados Unidos por el “fentanilo mexicano” y ¡voilá!…  México pasó de ser el turista alegre al que todo mundo quiere recibir, a ser el potencial narco/ traidor que le abre la puerta trasera de la región a los productos chinos, con el que nadie quiere que lo relacionen.
  4. ¿Quién le tema a Donald Trump? En este contexto, ¿qué se puede esperar y hasta dónde tomar en serio las bravuconadas del próximo Presidente de los EE.UU? Cual chiste malo, parece haber dos opciones: la optimista, que nos dice que ya lo conocemos, sabemos cuál es su “”modus operandi” y, por lo tanto con estrategia y el trabajo coordinado de Presidencia, la Cancillería y Economía, es posible, si no neutralizar, por lo menos minimizar los riesgos para el país; y la pesimista, que se decanta por creer que es Trump quien ya conoce al Gobierno de México, que sabe quiénes son y de qué están hechos sus principales funcionarios y que, si ya nos “dobló” una vez, nos va a volver a “doblar”.
  5. ¿Y la agenda, amá? Dado lo misógino que, de suyo es Trump, y lo particularmente agresivo y patán que suele ser con las líderes políticas mujeres, la presidenta Sheinbaum debe preparase para tener que pasar momentos personalmente incómodos y, tanto su staff como Juan Ramón de la Fuente y su equipo en Relaciones Exteriores, deben comenzar a tomar este tema muy en serio, diseñar las estrategias y los escenarios necesarios para cuidar tanto al país como a la presidenta y, sobre todo, definir ya la agenda de México va a perseguir en sus relaciones con el mundo.  Es buenísimo que la Presidencia de México haya vuelto a asistir a la reunión del G-20, pero hubiera sido mejor que lo hubiera hecho con una agenda clara de lo que México quería lograr de su participación en el encuentro.

 

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