Por: Joel Paredes Granados

Si bien el fin primordial de una obra arquitectónica es brindar seguridad y resguardo, lo cierto es que también puede concebirse para limitar o intervenir directamente en la calidad de vida de millones de personas.

A propósito de la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, la frontera con dicho país es un ejemplo más de cómo el quehacer arquitectónico puede emplearse para abonar al discurso del miedo y el distanciamiento

La propia idea de un muro supone ya una separación, una distinción del espacio mismo en pro del desarrollo ajeno e independiente. La altura del muro, la materialidad y los aditamentos visualmente agresivos vuelven de sí un artefacto que atenta, amenaza e imposibilita el paso a lo que del otro lado se pueda encontrar.

Para los estadounidenses, la construcción de un muro fronterizo es la clara ejemplificación del fragmento de un poema que cita Trump “good fences make good neighbours» (buenas vallas hacen buenos vecinos). De este lado “del charco”, ahora “del muro”, se perfeccionará la habilidad por evadir la xenofobia de muchos de los votantes estadounidenses, ya sea por medio de catapultas, túneles, escaleras o boquetes, tal como como ha sucedido con otros muros negativamente concebidos.

Si la decisión de la construcción de este muro compete exclusivamente a los Estados Unidos, está por demás preocuparse por la propuesta de nuestro vecino del norte si entendemos a esta como una mera propaganda política, una distopía que de cumplirse tendría que extenderse por más de dos mil kilómetros; más bien, sería indispensable concebir nuevos y mejores enlaces territoriales, arquitecturas que faciliten y desarrollen el diálogo internacional

En ese sentido, surge otro importante reto para la arquitectura, resolver la necesidad de vivienda que desde hace años se experimenta y se vislumbra peor aún, una preocupación tanto para millones de mexicanos como para aquellos recién llegados que, dada la escasez y condiciones de los albergues, ven frustrado el objetivo de mejorar su calidad de vida.

Estas propuestas divisorias hacen de México el país de la nueva esperanza, el sueño mexicano para la gran mayoría de los migrantes, pues el 96% de los que buscan llegar a Estados Unidos se asienta y encarrilan su futuro en este país. Lamentable sería si se aplican las mismas medidas aquí, amurallar la frontera sur y compartir el distanciamiento y rechazo hacia nuestros hermanos migrantes.

Ahora bien, la arquitectura tiene la capacidad de convertir albergues en hogares, divisiones en conexiones y demostrar que los buenos vecinos se hacen a través del respeto mutuo, no mediante una terca imposición.

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