Para efectos de claridad, quiero comenzar señalando que el Ing. Carlos Slim es una persona sumamente capaz e inteligente; del mismo modo, y a fuerza de haber escuchado declaraciones suyas los últimos 30 años, no creo ofender a nadie al decir que en su conferencia/rueda de prensa del pasado 10 de febrero, dejó en claro que no es ninguna estrella mediática ni tampoco alguien ideológicamente consistente, aunque tampoco tendría porque serlo. Da manera complementaria, también hay que admitir que a los anglosajones les resulta un poquito más fácil opinar sobre estos temas, pues tienen la ventaja de contar con una palabra para referirse a la Ciencia Económica (Economy) y otra para la realidad económica en la que nos desenvolvemos (economics), mientras que en español utilizamos “economía” de manera indistinta para ambas acepciones. Dicho lo anterior, ahora sí pónganse los cinturones de seguridad porque los #CincoPuntos de esta semana se suben a toda velocidad en la ola del revuelo ocasionado por la conferencia de prensa del Ing. Carlos Slim del pasado del pasado 10 de febrero, con todo y repasada a los ganadores del Premio Nobel en economía 2024.
- Crecimiento De tanto en tanto, surgen voces que argumentan que el problema con la economía es su obsesión por el crecimiento y que, en lugar de medirla comparando qué tanto cambió el valor de todo lo que se produce un territorio delimitado (el PIB) en dos momentos distintos del tiempo, se deberían utilizar criterios subjetivos, como la felicidad. Estas propuestas, si bien innovadoras, no consideran que: a) por su naturaleza subjetiva, es prácticamente imposible generar definiciones medibles y comparables, en todo el mundo, a lo largo del tiempo; y b) no toman en cuenta que el crecimiento está en el corazón mismo de la economía pues, como explica el historiador Yuval Noah Harari, a diferencia del medievo, en el que por siglos la economía prácticamente no cambió ni creció, cuantitativa (crecimiento) ni cualitativamente (innovación y aparición de nuevas industrias), a partir del Siglo XVI se gestó una nueva economía que crecía y se transformaba a ritmo acelerado, con una vinculación igualmente novedosa con la revolución científica que abrió la puerta a la época de los descubrimientos y que cambió tanto la manera de hacer negocios -comenzó la emisión de acciones y bonos para financiar proyectos empresariales, por dar un ejemplo- como las ciencias puras y las ingenierías -que hicieron posibles las revoluciones industriales-, así como con la transformación política y sociedad detonada por la Ilustración -liberalismo, democracia, gobiernos con división de poderes y la elección de autoridades por voto popular, entre otras cosas- así como la consolidación del capitalismo.
- Así sea para apoyarnos en ellas o para mandarlas al demonio, las instituciones son fundamentales no sólo para la economía, sino para la vida en sociedad. Las instituciones no son los edificios de gobierno o los templos religiosos; tampoco la estructura jerárquica estos o quienes ocupan los cargos de elección popular; sí toman en cuenta a las y al marco normativo, pero los trascienden; del m ismo modo, se derivan de la cultura y la idiosincrasia, pero no son sinónimos. Las instituciones son las reglas, formales e informales, escritas o no escritas, que hacen posible la interacción y el establecimiento de relaciones sostenibles con el conjunto de individuos con los que, de manera cotidiana, convivimos así sea de a sea de manera real o virtual, ya sea que se coincida en un momento determinado del tiempo o no.
- Premios Nobel imbéciles. A partir de la definición anterior de “instituciones” es posible comenzar a abordar los comentarios del pasado 10 de febrero por parte del Ing. Slim, en los que calificó de imbéciles a los galardonados con el Premio Nobel en Economía 2024, James A. Robinson y Daron Acemoglu, quienes, en su trabajo de 2013 “Why Nations Fails”, sostienen que las sociedades con instituciones “extractivas” o “no liberales”, entendidas como las que protegen los intereses económicos ya establecidos encareciendo, o impidiendo, la llegada de nuevos competidores a ciertos mercados relevantes, son las economías que desde el Siglo XVI y hasta la fecha se han rezagado; y que, por su parte, aquellas con instituciones “liberales”, que permiten la entrada de nuevos negocios a sus mercados, favorecen la competencia entre estos y ofrecen condiciones para la investigación, el desarrollo y la aplicación/adecuación de avances tecnológicos, son las que han crecido más y presentan mayores niveles de desarrollo.
- Capitalismo de cuates. En las facultades y escuelas de Economía y Ciencias Políticas del mundo, en las que se utiliza el texto de Robinson y Acemoglu, se toman a las instituciones mexicanas como ejemplo de arreglos “extractivos” o “no liberales” que, lo mismo en el mercado petrolero que en el electoral, por citar dos ejemplos de ámbitos totalmente distintos, se protegen a los actores ya consolidados encareciendo muchísimo la llegada de nuevos competidores (empresas independientes, en uno; y partidos políticos o candidaturas independientes, en el otro), pese a que eso significa renunciar a la competencia y la innovación que jugarían en favor de los ciudadanos (ya sea en su faceta de consumidores o de electores). Si a eso se le suma que, en muchos de los casos, los actores dominantes en los diferentes mercados a quienes el Gobierno protege de tener que competir, surgieron gracias a concesiones, permisos o “empujoncitos discrecionales dados por el mismo Gobierno, es claro porque en el caso de México se habla de un “capitalismo de cuates”, con una elite empresarial que cada seis años es ratificada, con cambios menores, desde la Presidencia
- La verdad no peca, pero incomoda. No creo que al Ing. Slim le guste mucho eso de que se le ubique dentro del muy mexicano “capitalismo de cuates” antes expuesto, pero creo que puede vivir con eso sin perder las formas. En cambio, lo que sospecho que sí le cae en la punta del hígado, y no le hace ninguna gracia, es que el ejemplo por excelencia del trato preferencial del que gozan los “amigos del régimen” sea lo sucedido con la privatización Telmex y las condiciones de las que gozó en su primera década como empresa privada pues, a pesar de que se estaba en pleno “neoliberalismo” desregulando mercados y abriendo las fronteras del país para competir y comerciar con el mundo, Teléfonos de México, ya propiedad del Ing. Slim, siguió teniendo un poder avasallador en su mercado, primero como monopolio privado y después como actor dominante en la industria.
- ¿Y los consumidores, apá? Si encima de todo, se toma en cuenta que la adquisición de Telmex la logró el Ing. Slim durante el Gobierno de Salinas y el tramo elevado de la malograda Línea 12 del metro, con absolución fast track por su caída incluida, bajo el cobijo de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, habiendo una muy pública y muy evidente animadversión entre ambos expresidentes, no es difícil de suponer que una de las grandes virtudes del Ing. Slim ha sido la de saber jugar con las reglas del juego de las instituciones mexicanas como pocos y que, por esa capacidad, se ha estado entre los principales beneficiarios de ese muy mexicano “capitalismo de cuates” tanto con los Montesco como con los Capuleto. Lástima que, en todos estos enjuagues discrecionales entre empresariado y Gobierno en lo oscurito, los que siempre hayamos salido y sigamos saliendo perdiendo, seamos los consumidores.