El largometraje dirigido por el estadounidense Brady Corbet, “The Brutalist”, ha generado revuelo a partir de los temas que en él se disponen, muchos de los cuales exhiben los particulares retos del quehacer arquitectónico.
Desde su título, la película hace énfasis en la personificación de la arquitectura (esto es, el arquitecto obsesionado en su creación por encima de sí mismo, su salud y sus allegados). Para Corbet, siempre que el cine retrata al arquitecto como personaje, este aparece como un creador aferrado a sus ideales estéticos, lo que delataría su exacerbado egocentrismo.
En el filme, László Tóth es un arquitecto húngaro sobreviviente al régimen nazi quien, tras llegar a Estados Unidos, se emplea rápidamente en la mueblería de su primo, trabajo que poco después dejaría por retomar la profesión que alguna vez ejerció en Europa. Si bien este personaje pertenece al mundo de la ficción, representa a la ola de artistas y creadores europeos que, tras emigrar a Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial, desarrollaron emblemáticas obras que fungieron como pioneras en su tipo.
Durante casi cuatro horas de proyección, el director de 36 años expone a un arquitecto cuya obra se clasifica en brutalismo, estilo de diseño arquitectónico surgido en los años 50´s y que proviene del francés “béton brut”, que se traduce como “concreto en bruto”.
En México, esta corriente se entremezcló con otras igualmente interesantes, dando lugar a múltiples edificios que hoy forman parte de la riqueza arquitectónica nacional. Algunos ejemplos de la materialización de este estilo en nuestro país son El Colegio de México, de 1976, el Museo Tamayo de 1981, o más recientemente el Foro Boca, de 2017. A pesar de las fuertes críticas por su impacto ambiental, el brutalismo contemporáneo es muchas veces empleado en su sentido escultórico, en la rigurosa estilización de la forma que muchas veces prevalece sobre la vivencia cómoda y reconfortante de su interior.
Si bien es cierto que el concreto es un material común en la mayoría de las edificaciones, en el brutalismo adquiere el papel protagónico; texturas, ambientes y carácter se entrelazan con geometrías que recuerdan a las primitivas formas de vivir: cuevas y montículos pétreos.
De manera artesanal, el sistema de cimbrado mediante tablones de madera colabora al carácter áspero, tosco y “bruto” de la edificación, a su vez que la versatilidad del concreto posibilita una apariencia pigmentada y pulida, resultando en una estética completamente distinta. El brutalismo, del mismo modo que la dramática historia de László Tóth, muestra las ríspidas y rugosas realidades que acompañan a un proyecto arquitectónico.
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia; sin pasar por alto que la realidad suele superar a la ficción.
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