Me gusta el 8 de marzo. Me gusta ver a mujeres de todas las edades, preferencias y filosofías, con ánimo solidario y sororo, recuperar la presencia pública que tanto tiempo les fue negada, recordándonos lo mucho que aún estamos en deuda con ellas y lo lejos que seguimos de generar oportunidades de manera equitativa, como ejemplo, de 200 empresas que cotizan en Bolsa en México, únicamente 9 tienen a una mujer presidiendo su consejo, mientras que en 24% los consejos están compuestos exclusivamente por hombres.

Me gusta, pese a que no coincidimos en muchos temas, que en México haya una mujer presidenta que rompe con el mito de que hay carreras o proyectos de vida “para hombres”. ¡Me gusta que hayamos elegido a una mujer como presidenta antes que los EE.UU!

Me gusta ver cómo las que hoy son niñas pequeñas van a crecer cada vez más familiarizadas con el concepto de empoderamiento y sabedoras de que nadie tiene derecho a agredirlas, a imponerles ideas y valores distintos de los suyos, ni tampoco impedirles decidir el proyecto de vida que quieran perseguir, así como no me gusta que las nuevas masculinidades sigan brillando por su ausencia.

Lo que me preocupa es el clima de inseguridad, desprecio por las leyes, las instituciones y la falta de respeto por las libertades de los demás, en el que se están formando la próxima generación de mexicanas y mexicanos. Si las y los menores aprenden de nuestros ejemplos, y de los rollos que les echamos, ¿qué les dice qué toleremos que en Sinaloa ya vayan más de 30 infantes desde la captura del “Mayo” en EE.UU. y no pasa nada?, ¿qué mujeres van a ser las niñas que hoy en la escuela aprenden a tirarse al piso cada vez que hay hombres disparando cerca de ellas?

Si nos pareció ética y moralmente inaceptable que las mujeres y las niñas vivieran de rodillas, no podemos permitir que ahora vivan pecho tierra.

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