El 30 de junio de 2024 subí a mis redes la portada de la Gaceta UNAM a manera de celebración por los 95 años de autonomía universitaria. Como universitario, el logro de la autonomía –formal en 1929 y, en los hechos, en 1933 cuando el Rector Manuel Gómez Morín defendió la libertad de cátedra ante el recorte de fondos gubernamentales y la intentona por establecer en la Universidad una visión totalitaria, de corte marxista, impulsada por Lombardo Toledano– trasciende lo académico y hace de la UNAM, con todos sus defectos, el ámbito por excelencia en México para el debate de todas las ideas, la defensa de las libertades y la residencia de la conciencia crítica nacional, más allá de desvaríos sexenales.

Sin embargo, siendo México demasiado rico y diverso para circunscribirse únicamente al Pedregal, las universidades estatales son, muchas veces, los únicos oasis para el refugio del pensamiento crítico en sus estados. Consecuentemente, defenderlas despierta pasiones y, en los peores escenarios, también las manipula.

Puebla no es ajena a la crispación universitaria. Ahí están los movimientos de 1961, en la entonces UAP; 2020, en una ola ínter-universidades interrumpida por la pandemia; y, guardando proporciones, hasta la reacción de la comunidad de la UDLAP ante la intervención de 2021-2022.

Hoy, la BUAP vuelve a ser un epicentro político poblano sobre el que, dadas las consecuencias de este tipo de movimientos, más vale reflexionar y no sólo reaccionar. No sé si haya algún tipo de intervención gubernamental, pero tanto por Puebla, su Universidad y por todas y todos los universitarios que actualmente colaboran, dirigen o encabezan los distintos gobiernos, confío que no. La historia de Puebla, de la Universidad y de su estela de egresadas y egresados, no se lo merecen.

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