Las redes sociales se han convertido en tribunales sin jueces, donde la ética y la moral se disuelven en la inmediatez.
Aristóteles, en su “Ética Nicomáquea” definió la ética como la búsqueda de la virtud y el bien común a través de la razón y la prudencia. Para él, la moral no era solo un conjunto de normas impuestas, sino una práctica constante que llevaba al ser humano a la excelencia, sin embargo en nuestra era digital, esos principios parecen obsoletos.
Antes la prensa amarillista era el espacio natural de las falsas acusaciones, hoy cualquier usuario con un teléfono y acceso a internet puede convertirse en juez y verdugo sin pruebas ni consecuencias, de tal forma que la calumnia y la difamación han sido normalizadas como entretenimiento para que la reputación de una persona pueda ser destruida con un simple click.
El problema no es solo la falta de ética de quienes propagan información falsa, sino la absoluta impunidad con la que lo hacen, toda vez que la legislación mexicana sigue ignorando el crecimiento desmedido de los mal llamados medios de comunicación en sistemas digitales y de personas que sin escrúpulo alguno violan derechos civiles y hasta derechos humanos; pero para no variar en este país, a quienes legislan eso es lo que menos les importa, pues mientras no les afecte a ellas y ellos, “el pueblo que se las arregle como pueda.”
Los artículos 6 y 7 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos garantizan la libre manifestación de ideas y la difusión de información sin censura previa, pero con límites claros: “no deben afectar la moral, el orden público ni los derechos de terceros”, no obstante y en la práctica, estos principios han sido tergiversados por quienes utilizan las redes sociales como escudo para lanzar calumnias sin consecuencias.
La libertad de expresión no debe servir para proteger la mentira o la difamación, pero la falta de regulación efectiva ha permitido que la impunidad digital sea la norma, mientras la ética y la responsabilidad quedan en el olvido.
Nuestra Carta Magna requiere de una actualización urgente en esta materia, pues cuando se redactaron los artículos en mención, nunca se contempló la era de los algoritmos, los bots y la manipulación mediática.
Hoy cualquier persona con un teléfono puede lanzar acusaciones sin pruebas, difundir rumores sin consecuencias y escudarse en una supuesta libertad de opinión para destruir vidas ajenas, sin argumentos.
Y no se trata de censura, sino de responsabilidad legal para quienes atosigados por la envidia, las rencillas políticas, la mala fe o lo que sea, pueden acabar con carreras, familias y hasta con la misma vida.
¿Quién se preocupa hoy por la virtud o la justicia?
La tendencia apunta más bien al morbo, al escándalo y a la destrucción del otro sin meditar en las consecuencias, pues mientras tanto los ataques sigan multiplicándose, impulsados por el anonimato y la falta de escrúpulos, la interacción social es mayor.
Lo más alarmante para nuestra sociedad es que muchos de estos linchamientos digitales no son obra de la ignorancia, sino de la malicia deliberada de quienes jamás aprendieron en casa que el respeto y la verdad son valores fundamentales.
La ética, como diría Aristóteles, es una elección, pero hoy cada vez son menos los que eligen lo correcto. ¿Me equivoco?
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