Aunque la violencia siempre ha acompañado, de una u otra manera, la vida de los humanos, a medida que se avanza por la ruta de la civilización se debería de abandonar la violencia anárquica y arbitrariamente ejercida por “los más fuertes”, para sustituirla por su versión institucionalizada: un monopolio gubernamental reglamentado.
Desafortunadamente, en México hemos sido particularmente ineficientes para lograrlo, muchas veces optando por darle la vuelta al tema, con las consecuencias que estamos viviendo.
Desde la asociada a la inestabilidad del Siglo XIX, la de la Revolución, la electoral de la posrevolución o la que -junto con la de la guerrilla- practicó el gobierno durante la “guerra sucia”, hasta la actual -asociada al narco y la complicidad o displicencia de las autoridades- pareciera que México siempre está rodeado de violencia.
En este sentido, lo que las “madres buscadoras” descubrieron en Teuchitlán, Jalisco, trasciende los 26,715 asesinatos y más de 13,000 desaparecidos -tanto por reclutamiento forzado como por otras causas- registrados en 2024 y va más a allá de gobiernos o partidos políticos particulares. Es el retrato de un país con autoridades incapaces de cumplir la ley, menos aún hacerla cumplir y que, en un sinsentido mayúsculo, parecen recelar de unas víctimas -las madres buscadoras- que, en su desesperación, hacen el trabajo que esas autoridades no hacen: buscar a los desaparecidos e informar sus hallazgos. Por mucho, las madres buscadoras son más que meras víctimas: son la conciencia del país que nos recuerdan que Teuchitlán es nuestra realidad actual y que cualquiera corre el riesgo de padecerla.
En este sentido, a manera de cierre, dejo 3 preguntas:
- ¿Cuántos “centros de entrenamiento” hay?
- ¿Cuántos en Puebla?
- ¿Ahora cómo le decimos a Trump que el narco está controlado?