Pese a la seguidilla de malas decisiones económicas estadounidenses pareciera que a Canadá y México no les fue tan mal en el “Liberation Day” del presidente norteamericano, vis a vis al resto del mundo, gracias al T-MEC.  Sin embargo, son muy pocos quienes se benefician cuando el entorno global se desploma, como sucedió con las caídas bursátiles, en todo el mundo, que la mentada “liberación” provocó el jueves y viernes pasado.

Al respecto, y como si se tratara de enseñanza a la antigüita, tanto en Beijing como en Washington deberían repetir, unos cuantos millones de veces, que las barreras al comercio exterior:

  • Son contrarias al crecimiento económico e incrementan el nivel general de precios (son inflacionarias);
  • Empobrecen a los consumidores, que tendrán que conformarse con menos productos, más caros, de menor calidad y en menor variedad;
  • Desincentivan la investigación científica y la innovación/adaptación tecnológica;
  • Debilitan las relaciones pacíficas entre países, que dejan de verse como socios para hacerlo como rivales; y
  • Son económicamente igual de nocivas que la incertidumbre y hoy tenemos ambas.

En México hay que reconocer el temple de la presidenta Sheinbaum para lidiar con el president Trump -tanto que hasta pretendemos no habernos dado cuenta de cómo, por acto de magia e ipso facto, el “Plan México” dejó de ser receta para el finado nearshoring y pasó a ser antídoto para los aranceles y la incertidumbre- y que el T-MEC sólo nos ayuda si el país, sus regiones y unidades económicas, resultan competitivos.

A riesgo de perder “likes”, recalco que la competitividad no es sólo chamba del Gobierno; también, y quizá principalmente, es de estados, municipios, empresas, trabajadoras/es y consumidoras/es. ¿Qué estamos haciendo para hacer a México más eficaz y eficiente que el resto del mundo?

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