Fragancias como lavanda, bergamota, jazmín, vainilla o notas amaderadas no solo definen gustos personales, sino que también revelan raíces culturales. Así lo plantea Clara Buedo en su libro El perfume en España (Catarata), donde explora el papel que los aromas han tenido a lo largo de la historia del país, desmontando mitos y reivindicando el peso de esta industria en el contexto internacional.
Con más de dos décadas de experiencia en el periodismo de belleza, Buedo propone que el aroma dominante en una región puede contar mucho sobre su época y cultura. “Cada pueblo se define también por sus olores, que están ligados a la naturaleza, la cocina e incluso la espiritualidad”, explica. Como ejemplo, señala cómo ingredientes típicos del perfume, como el agua de rosas o el sándalo, han sido usados también en la repostería.
El clima influye fuertemente en las preferencias aromáticas. En España y América Latina predominan los perfumes frescos y cítricos que evocan limpieza. Por el contrario, en el mundo árabe (a pesar de compartir temperaturas altas) son comunes las fragancias más intensas y resinosas, como la madera de agar.
El recorrido histórico que plantea Buedo va desde la Iberia pagana hasta la España moderna, pasando por Al-Ándalus, los reinos castellanos, el intercambio con el Nuevo Mundo y la consolidación de una industria perfumera sólida en el siglo XX. También rescata figuras históricas como Isabel la Católica, quien usaba perfumes no solo por placer personal (era fan del agua de rosas) sino como símbolo de poder, enviándolos como obsequios a monarcas y líderes religiosos.
La escritora desmiente la imagen de una Edad Media insalubre: “En España, el cuidado personal estaba profundamente arraigado desde la cultura grecorromana. El perfume se usaba para demostrar estatus y también como forma de higiene”. Aunque el baño era mal visto por influencias católicas (que lo relacionaban con lo árabe y la enfermedad), la camisa blanca, que se lavaba con frecuencia, jugó un papel clave en la higiene cotidiana.
Uno de los mayores aportes de la España musulmana fue el perfeccionamiento del alambique, herramienta esencial para la destilación de esencias. Buedo también destaca la influencia de sabios como Ziryab, llegado desde Bagdad en el siglo IX, quien introdujo nuevos rituales de cuidado y fragancia en Córdoba, convirtiéndose en un referente de estilo en su época.
El siglo XIX marcó una etapa dorada para la perfumería en España, especialmente en Cataluña, donde una burguesía ilustrada impulsó una industria moderna en sintonía con París y otras capitales europeas. Desde entonces, el país ha mantenido su relevancia mundial gracias a perfumistas reconocidos como Ramón Monegal, Marina Barcenilla, Ricardo Ramos y Alberto Morillas, quien destaca que ser español es crecer rodeado de aromas como incienso, claveles o flor de azahar.
Un detalle que refleja la particular relación de España con el perfume es que se perfuma incluso a los bebés, lo cual es visto como una prolongación de la limpieza. Además, el formato de venta a granel que surgió en el siglo XIX permitió que muchas familias pudieran acceder a fragancias para uso diario, convirtiendo el acto de perfumarse en una tradición compartida.
España es un país con abundantes materias primas aromáticas: lavanda, romero, tomillo, azahar. “España huele bien, y mucho”, afirma Buedo, quien lamenta que el país aún no valore ni promocione del todo su enorme potencial como potencia perfumera global.





























