En México, 133,044 personas forman parte de la estadística del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). Detrás de cada número frío, hay un rostro, una historia y una familia marcada por el vacío, el dolor y la incansable búsqueda. Una de esas historias es la de María Luisa Núñez Barojas, fundadora del colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla, quien desde 2017 vive en carne propia el mismo infierno que miles de familias mexicanas.

El 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, una fecha que lejos de celebrarse, recuerda que la impunidad sigue viva en México.

El día que todo cambió

María Luisa era una mujer tranquila, egresada de la Facultad de Derecho de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), con una vida común y estable. Su hijo, Juan de Dios Núñez Barojas, estaba a solo unos días de casarse. Pero todo cambió el 28 de abril de 2017, cuando despareció en el municipio de Palmar de Bravo, junto con Abraham y Vicente Bazurto Linares, primos de su prometida.

Desde hace ocho años me vi en la necesidad de volverme madre buscadora, activista y defensora de derechos humanos”, cuenta en entrevista con Síntesis.

La última vez que María Luisa habló con su hijo fue alrededor de las 10 de la noche. “Me dijo: ‘Mami, ya voy para la casa, pero hay un retén y no dejan pasar a nadie’”, recuerda. La zona conocida como el Triángulo Rojo (Tepeaca, Quecholac, Acatzingo, Palmar de Bravo, Tecamachalco y Acajete), donde ocurrió la desaparición, era en ese entonces uno de los principales corredores de robo de hidrocarburos en el país.

Desde ese momento, comenzó una búsqueda desesperada. La familia recorrió comisarías, hospitales y retenes en varios municipios de la región, sin obtener respuestas. “No me atrevía a usar la palabra desaparición. En ese momento no era parte de nuestro vocabulario”, confiesa.

María Luisa Núñez fundadora del primer colectivo de personas desaparecidas en Puebla.

Burocracia, omisión e indiferencia

La primera denuncia fue rechazada en la Casa de Justicia de Ciudad Serdán. Tuvieron que pasar días para que lograran levantarla en Tecamachalco, después de 12 horas de espera. A pesar de estar en plena crisis emocional, María Luisa tuvo que enfrentarse a un sistema que no estaba preparado —ni dispuesto— a actuar con la urgencia que el caso requería.

En Puebla, al corte del 16 de mayo de 2025, hay 2,954 personas desaparecidas, el 67 por ciento hombres y el 32.8 por ciento  mujeres, según cifras de la Red Lupa. En los últimos tres años, las desapariciones han aumentado un 14.23 por ciento en el estado.

Un año después de la desaparición de Juan de Dios y, sin respuesta por parte de la Fiscalía General del Estado (FGE), María Luisa comenzó su propia investigación. Buscó apoyo en colectivos nacionales, incluyendo personas involucradas en el caso Ayotzinapa. Fue asesorada por Julio Mata, defensor de derechos humanos, quien la ayudó a presentar una queja ante el Comité Contra las Desapariciones Forzadas de la ONU, convirtiendo el caso de su hijo en el primero en Puebla con ese tipo de denuncia internacional.

Su hijo, Juan de Dios Núñez Barojas.

La voz que se hizo colectiva

Ante la inacción de las autoridades y la falta de grupos de apoyo en el estado, decidió crear Voz de los Desaparecidos en Puebla. “Seremos la voz de ellos, dije. Y así nació el colectivo”, recuerda.

El 30 de agosto de 2018, convocó a 14 familias de distintos municipios a manifestarse pacíficamente frente a la FGE. “Ese día entendí que no estábamos solos”, dice.

Ese mismo año, la recién aprobada Ley General en Materia de Desaparición de Personas no se aplicaba en Puebla. “Era letra muerta. Ni los ministerios públicos la conocían”, señaló.

Tras reunirse con autoridades estatales, se logró la creación de la Fiscalía Especializada en Desaparición de Personas en noviembre de 2018. Para entonces, Puebla acumulaba más de 1,600 carpetas de investigación.

Una investigación personal, un hallazgo desgarrador

A pesar de contar con una carpeta asignada, la investigación oficial no avanzó. El expediente no tuvo movimiento durante diez meses.

La búsqueda de Juan de Dios no cesó. Fue María Luisa, sin ayuda institucional, quien descubrió la ubicación de una fosa clandestina donde, tres años y medio después, encontró los restos de su hijo, en el municipio de Quecholac. El proceso de identificación se alargó año y medio más, debido a la falta de personal forense.

El 18 de febrero de 2022, las familias de Juan de Dios, Abraham y Vicente recibieron los restos de sus hijos. “No regresaron a casa, pero al menos supimos dónde estaban. Se acabó la incertidumbre, la angustia de no saber. Es una muerte lenta”, afirma.

Una promesa de vida

Hoy, Voz de los Desaparecidos en Puebla acompaña a más de 100 familias en su lucha por la verdad y justicia. Aunque muchas no pueden participar activamente por motivos económicos o por la distancia, el colectivo se ha convertido en un refugio y una red de resistencia. “No siempre buscamos por buenas razones. Buscamos porque son nuestros hijos, porque los amamos, y porque pudimos”, afirma María Luisa.

Ella continúa su activismo pese al desgaste emocional, las amenazas veladas y el abandono institucional. “Ya entendí que también tengo que cuidarme, porque Juan de Dios ya solo me tiene a mí”, dice con firmeza.

A las familias que comienzan esta dolorosa travesía, les extiende la mano. Les pide que no se aíslen, que no enfrenten solas el impacto de la indiferencia de las autoridades. “Buscar solos hace la vida más pesada. Emocional, espiritual y psicológicamente es devastador”, advierte.

A nivel federal, tiene un mensaje claro para la presidenta Claudia Sheinbaum:
Muy bonito su discurso en las mañaneras, pero del dicho al hecho hay un gran estrecho. No llegamos todas. Faltan las desaparecidas”.

A pesar del dolor que sigue latiendo, cada día comienza con un acto de amor inquebrantable hacia su hijo:
Te prometí vivir lo más digno y honorable posible, la vida que a ti te arrebataron. Te quisieron desaparecer, pero no sabían que eras en mí donde llegaste para permanecer”.

María Luisa Núñez es un símbolo para no olvidar, para no rendirse, para no acostumbrarse.

Una herida que no cierra, pero que lucha

En un país donde las desapariciones se han normalizado, la historia de María Luisa Núñez es un símbolo para no olvidar, para no rendirse, para no acostumbrarse. Su vida, desde aquel 28 de abril, dio un giro irrevocable, pero desde ese dolor nació una lucha colectiva que hoy da voz a quienes ya no pueden gritar por sí mismos.

 

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