El periodo conocido como el “Milagro Mexicano” (aproximadamente entre 1940 y 1970) constituyó una época de efervescencia económica sin precedentes para el país, caracterizada por la industrialización, un crecimiento acelerado del Producto Interno Bruto (con tasas anuales de entre el 6% y el 8%) y una profunda modernización.
Si bien este modelo de «desarrollo estabilizador» se sustentó en políticas de sustitución de importaciones e inversión en infraestructura, su cohesión social y su capacidad para moldear la conciencia nacional se debieron, en gran medida, al poder omnipresente de la radio.
La radio no solo acompañó la transformación del México rural a uno urbano e industrializado, sino que actuó como el motor principal de la comunicación masiva y la opinión pública.
Desde el inicio, estaciones como la XEW, que se autonombró “La voz de América Latina desde México” por su gran potencia, llevaron a los hogares nuevas formas de diversión y distracción. El medio se convirtió en referente cotidiano, en la compañía de trabajadores, estudiantes, funcionarios, políticos, transportistas, empresarios; en la casa, el transporte público, las oficinas, los talleres, en el mercado, el campo, las montañas y las carreteras.
En todo el territorio nacional, la radio no solo fue aceptada, sino adoptada como parte importante de la estructura social, logrando que su influencia programática fuera estratégica, tanto para la consolidación comercial como para la gestión política.
El consorcio RPM (Radio Programas de México), fundado en 1941, se impuso rápidamente en la industria, aglutinando a la mitad de las radiodifusoras del país y manejando la publicidad de 130 empresas, generando un esquema de monopolio que creció a lo largo de las décadas de 1940 y 1950, permitiendo que las grandes corporaciones ofrecieran programación y servicios de mercadotecnia a emisoras regionales a cambio de afiliación a cadenas nacionales.
Este control sobre la programación permitió a los anunciantes lograr una cobertura publicitaria nacional, fundamental para impulsar el consumo interno propio de la industrialización y que era inherente al propio milagro que se estaba viviendo.
A nivel político, el Estado aprovechó esta infraestructura para informar a la población de sus actividades, siendo el ejemplo más claro La Hora Nacional, programa radial decretado en 1937, mismo que se enlazaba con todas las estaciones del país cada domingo para difundir la información del gobierno federal, sin embargo, esta influencia vino con restricciones contenidas en el entonces “Reglamento de Estaciones Radiodifusoras Comerciales”, que para 1942 prohibía estrictamente la inclusión de asuntos políticos o religiosos en las programaciones, así como cualquier tipo de ataque al gobierno.
De esta forma, la radio fue una herramienta eficiente para la difusión cultural y comercial, pero también un vehículo controlado para mantener la estabilidad política que necesitaba el Milagro Mexicano.
A pesar de la evolución tecnológica con la llegada de las transmisiones de Frecuencia Modulada (FM) en 1952 y la posterior transformación de muchas emisoras en disqueras (debido al auge de los discos de acetato y vinilo), la radio mantenía (mantiene) una importancia inmutable.
Hoy, la revolución tecnológica con la llegada de formatos como los podcast de audio y video le presentan nuevos retos a la radio que, en esencia, sigue siendo el cordón umbilical que conecta de manera sencilla y directa a vastas regiones del país, sobre todo aquellas con escasa infraestructura digital.
La radio, el medio diseñado históricamente para operar como una verdadera voz nacional.
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