*Por: Mtra. María José Hernández Soto
Estamos viviendo tiempos apocalípticos, periodos de cambio, una época que destaca la relevancia que tiene la salud, más que cualquier otro aspecto del ser humano. Por ende, algunos pensadores predicen el 2021 como uno de los años más catastróficos a diferencia del 2020. Esto debido al incremento de pacientes con la COVID-19, el número de fallecidos por la enfermedad, las reacciones secundarias de la vacuna, la economía, la falta de empleo, el número de alumnos que desertan de las escuelas, el aumento de la virtualidad, entre otros. Todo esto que está aconteciendo se suma a lo que ahora se denomina la covidianidad o la nueva normalidad.
Sin embargo, otro panorama se encuentra en la sociedad lectora, pues lo cierto es que estamos leyendo y escribiendo posiblemente, más que en cualquier época de la humanidad. Antes de la pandemia éramos usuarios que utilizábamos la pantalla del celular, tableta o computadora para mirar videos, revisar redes sociales y posiblemente leer algún libro o PDF. Ahora somos consumidores con las mismas prácticas lectoescritoras, desde una perspectiva excesiva, porque queremos leer y compartir más información sobre esta enfermedad que ha paralizado a los mercados económicos y sociales.
Leemos más, pero ¿sobre qué?
Para muchos el confinamiento ha sido la oportunidad perfecta para leer novelas, libros de algún sector específico o libros de autoayuda. Para otros, en la pandemia comenzaron a leer alguna novela, pero el estrés y el cansancio emocional de trabajar desde casa, no les permitió ni siquiera finalizar su lectura. Un ejemplo es Quim Monzó, columnista y escritor de cuentos que a pesar de sus buenas intenciones por escribir durante el confinamiento tan severo que se vivió en España, padeció una depresión tan severa cuyo médico psiquiatra le tuvo que recetar 30 medicamentos al día para poder salir a flote. Lo que significó un estancamiento en su carrera y un breve receso para rescatar su salud mental.
Lo cierto es que ahora leemos más, leemos las noticias que nos informan sobre el número de pacientes con COVID-19 o el número de personas que han fallecido por este virus. Leemos las redes sociales, los memes, las historias de Instagram. Revisamos y leemos los menús de restaurantes en aplicaciones móviles como Rappi o Uber Eats, también consultamos con el código QR los programas de algún espectáculo del teatro. Accedemos a museos virtuales y leemos en la pantalla sobre exposiciones online. Encendemos los programas de videollamadas o reuniones virtuales y si tenemos clases en línea, leemos lo que nos presenta el docente. Si salimos al supermercado, leemos las señales gráficas como flechas, bandas delimitadoras que nos indican distancia física. Leemos realidad aumentada, interactivos, textos, imágenes y gráficos. Leemos de manera digital, ahora el papel ha quedado relegado.
Lo de hoy es prescindir de ese material hecho con pasta vegetal molida y blanqueada. Lo actual, es utilizar dinero de forma digital y no tanto en papel, porque así se ha convertido el método más fácil para pagar en restaurantes o comercios usando transferencias bancarias o aplicaciones que sirven como datáfonos, por ejemplo: PayPal, Transfer o Apple Pay.
El confinamiento ha aumentado de manera acelerada la digitalización de casi todo. Antes ya se ocupaba lo virtual, porque no es un aspecto nuevo en la historia de la humanidad, pero la forma en que se ha convertido en un hábito diario, cambia radicalmente el ambiente físico de nuestro entorno. Ahora existen tanta información en la nube, la cual se queda guardada y es de fácil acceso a través de nuestras herramientas móviles, el texto ha pasado de físico a virtual.
Sin embargo, la forma en la que ahora leemos, implica nuevas habilidades cognitivas y tecnológicas que permiten que los usuarios naveguen en internet, manejen aplicaciones y se muevan digitalmente con destreza por la pantalla del celular o de la tableta. Entre las destrezas cognitivas y técnicas que se necesitan, están, por ejemplo, la habilidad para recordar ese video que vimos en Youtube, que fue muy interesante, pero que, al no apuntarlo y no guardarlo en nuestra cuenta personal en internet, nuestra memoria a corto plazo no nos permite recordar el nombre para volver a hallarlo.
Debido a esta tactilidad virtual, un usuario promedio que utilizaba su celular para revisar videos o compartir fotos en las redes sociales, ahora necesita más experiencia en lo digital, conocimientos virtuales, autonomía y destreza. Por ello, considero que estas nuevas prácticas lectoras de la covidianidad, sin duda, agrandan la brecha digital que ya existía entre la generación baby boomer, la X, los millennial y los Centennial.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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