Carlos tiene 67 años; siempre haciendo deporte, nadando cuatro veces por semana, jugando basquetbol todas las tardes en la cancha que tiene en su jardín y por si fuera poco, presumiendo lo saludable que come, pues él mismo va al mercado, elige sus víveres, se prepara sus alimentos y los disfruta.
Hace dos años se jubiló y pareciera que estos 24 meses se convirtieron en 12 años, pues adelgazó, al parecer encogió, camina de lado como si tuviera una pierna más corta que la otra, se encerró en su soledad y hoy parece un anciano que rebasa las 8 décadas.
Que la vejez es mental.
Que es una condición natural de deterioro.
Que la comida, el ejercicio, la vida sana.
Todos son supuestos ante un viejo de 90 años que ha fumado toda su vida y está fuerte como el tronco de un árbol.
O ante uno de 70 que siempre se cuidó, comió saludable y hoy está postrado víctima del cáncer.
No existen fórmulas exactas y mucho menos mágicas para determinar cómo llegar a la vejez entero, lúcido y en plenas facultades físicas, anímicas y emocionales.
Lo que sí es un hecho es que, una persona adulta de 70 años puede estar doblada mirando directamente al pozo, mientras otra de 85 podría parecer su hija, dadas las condiciones con las que vive su día a día.
¿Es el ambiente? ¿La calidad de vida? ¿Las situaciones y el estrés a que nos sometemos a lo largo del tiempo?
Quisiera pensar que la vida es un pastel cortado en 8 rebanadas, de las cuales 1 le correspondería al trabajo, 1 a las relaciones familiares, 1 a las relaciones sociales, 1 al ejercicio y 4 de ellas al manejo emocional.
Muchos estudiosos de la bioenergética (Alexander Lowen) y la ergonomía (Wilhelm Reich), dirigen sus apuntes hacia encontrar que los tropiezos que el individuo da para llegar a los trastornos de la personalidad van acompañados de un manejo dañino de la energía personal que parte del centro de uno mismo.
El trabajo constante de machacar sobre el odio, la tristeza, el abandono y todas aquellas emociones nocivas –según los estudiosos –, deriva en sentimientos sutiles que, a base de constancia, acaban materializándose para convertirse en quistes o tumores.