A las cosas por su nombre
Alejandro Elías
Es miércoles.
Al igual que el miércoles pasado que parece que fue ayer que se esfumó. Pero que se ve tan lejano como el lunes de hace dos semanas. Si no tuvieran nombres los días, seguro me perdería en el vaivén del tiempo que se estira y encoge a voluntad de no sé quién.
Levanto la almohada colocándola sobre la cabecera y me recargo para hacerte un hueco entre mi brazo y mi pecho; te recuestas y te quedas quieta, escuchando mi latido.
Pasan las horas muy lentas en esta extensión de la pandemia; su transcurrir se vuelve chicloso; la vida rara y los tiempos largos. Pero al mismo tiempo el mañana se presenta de pronto como si los días fueran muy cortos.
–¿En qué piensas?
–En nada…
Es cuando reflexiono si es mejor vivir el presente que jalar los recuerdos para poder subsistir, para aguantar un trecho más que no estoy seguro si durará meses o años.
Ahí me quedo, sintiendo tu respiración sobre el pecho; acaricio tu cabello rizado y trato de meterme en el presente: sentir, aspirar tu aroma, escuchar el ritmo de tu ser.
A la vez me doy cuenta de que me siento secuestrado en casa; el mundo ha caído en manos del NOM, de eso estoy seguro y ahora es sólo esperar a que los dirigentes de la cúpula digan qué y cómo se harán las cosas de hoy en adelante.
Sé que sientes mi respiración pausada; mis latidos que han bajado su ritmo al igual que la economía, la política y las revueltas sociales, pero ahí estás, recostada sintiendo, sólo sintiendo, tratando de ser tú en un momento de tranquilidad mientras en mi cabeza siguen girando las ideas.
No más hijos, ahora perros y gatos; bueno, en eso estoy de acuerdo en cierta forma porque a veces, cuando voy al supermercado o a la tienda de la esquina, observo que en ambos lugares hay nueces y me pregunto cuántos cultivos de nueces debe haber en el mundo para que todas las tiendas y los supermercados surtan ese producto y lo haya en todos lados al mismo tiempo; cuántos pollos deben matar a diario y dónde hay tantos para que puedas ir a la pollería, con la señora Reme a la recaudería o al súper y encuentres lo que buscas: muslo, pierna o pechuga… o las alitas que están tan de moda en los bares como una botana súper picosa. Es mejor así.
El sueño me vence; me doy cuenta de que me quedé dormido contigo sobre mí; te muevo con mucho cuidado; adormilada, tomas tu almohada y te acurrucas sobre ella mientras yo hago lo propio abrazándote y arropándote para esperar el nuevo día.
El nuevo día que me despierta con la luz a través de la ventana; hoy es jueves, no el anterior sino hoy, uno nuevo para disfrutarlo con las mismas cosas y sentimientos que el anterior.
Las películas nuevas: Netflix y sus series llenas de mensajes subliminales: siempre hay un animal, sea perro o gato, consumo de alcohol, tabaco, parejas que entran en la LGBTT+; una nueva educación que sin embargo no presenta a discapacitados: sordomudos, cojos, sordos, ciegos, gente con esclerosis, cáncer, Alzheimer, etc.
Han muerto tres inquilinos del edificio por COVID-19; dos de ellos ya con su esquema de vacunación completo ¿A quién le hago caso, a quién le creo?
Ahora el Juego del Calamar, que viene a sacudir a todos con ideas viejas de gente millonaria que no tiene en qué gastar e inventa o se recluta en sociedades secretas para tratar de sentir lo que el dinero no puede ofrecer.
Y muchos como locos esperando ver si hay un juego mexicano del calamar para entrarle, porque de llevarse a cabo seguramente abría miles que incluso se quedarían fuera por falta de cupo.
Así nuestra sociedad que se descompone día con día.
F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG