Con la Unión Europea (UE), los planes del dictador ruso pasan por castigar a los europeos dejándolos sin el gas necesario para calentar a los hogares, pero también para que fábricas, empresas e industrias lleven a cabo su actividad.
Alarmado por la inminente situación para los próximos meses, el canciller austríaco, Karl Nehammer, advirtió de un colapso económico en Austria si acontece lo mismo con la economía germana.
En Alemania, Robert Habeck, ministro de Economía, reiteró que el Kremlin usa el gas como un arma de guerra y dijo que Rusia no es un socio fiable porque juega con los contratos.
Los países más dependientes de las importaciones de gas ruso son: Grecia, Bulgaria, Eslovaquia, Moldavia, Alemania, Polonia, Estonia, Austria, Rumanía y Hungría. La política energética alemana está pagando con sudor y lágrimas los largos años en que su anterior canciller, Angela Merkel, cerró las centrales nucleares y apostó todo por el suministro del gas ruso barato por la vía del Nord Stream 1 y de hecho, dio su visto bueno para la construcción del Nord Stream 2 que no ha podido entrar en funcionamiento por la invasión de Rusia a Ucrania.
Precisamente a principios de septiembre, la compañía Gazprom anunció la suspensión del suministro habitual aduciendo problemas en una parte de la tubería que para ser repuesta necesita, según la empresa energética, del levantamiento de las sanciones de Estados Unidos y de sus aliados.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en el Debate del Estado de la UE planteó como esencial confrontar juntos –los 27 países miembros– el desafío energético planteado por Putin y hacerlo además sin fisuras. Algo difícil de cumplir, dada la actitud de Hungría, reacia a sancionar a Putin.
Von der Leyen defiende un precio tope al gas, gravar las ganancias extraordinarias de las compañías eléctricas, crear una serie de subsidios para los consumidores y reducir el consumo de luz.
A COLACIÓN
La realidad es que la UE está pagando sus cuitas por depender de la forma en cómo lo ha hecho de Rusia; durante su Presidencia, Donald Trump, echó en cara a los líderes europeos en varias ocasiones que dejasen su viabilidad productiva en manos del gas y del petróleo de Putin.
Simplemente, en 2021 la UE pagó 195 mil millones de euros por petróleo importado y 63 mil millones de euros por gas; en total, 258 mil millones de euros. Dicho año, la factura total pagada a las empresas energéticas rusas fue por 160 mil millones de euros (la suma del gas y petróleo), un cuantioso caudal.
Año tras año, el club comunitario de promedio compra el 92% del petróleo que necesita y el 84% de su gas. Los desafíos presentes deben imponerse en las rancias ideas de algunos países sobre la utilización de la energía nuclear, pero es menester que la UE invierta más en exploración en aguas profundas y que vertebre con ductos y gasoductos la Europa mediterránea con la Europa central y la del este.
Diversificar la cesta energética no sucederá pasado mañana porque hay mucho por invertir para generar un boom de la energía eólica, solar, de las alternativas con hidrógeno y de los biocombustibles de los que casi nadie habla y que podrían generar una nueva industria a su alrededor. Alternativas para lograr una independencia energética existen, lo que falta es visión, voluntad y dejar los egoísmos en el armario con la actitud de Francia de oponerse a la construcción del gasoducto MidCat que conectaría desde Almería hasta el territorio galo de Occitania y a partir de allí se podría distribuir a Europa central. El MidCat lleva paralizado desde 2005 y el presidente galo, Emmanuel Macron, se niega a resucitarlo.
Por su parte, Francia e Italia, se han acercado más a Argelia y es de tal importancia que Macron visitó Argelia acompañado por los ejecutivos de Engie, la distribuidora de electricidad y de gas natural. El Elíseo quiere incrementar un 50% el suministro de gas argelino.
Italia también ha hecho lo propio y de forma más anticipada comenzó desde marzo pasado el estrechamiento de las relaciones con Abdelmadjid Tebboune, presidente de Argelia; en su momento, Mario Draghi que fungía como primer ministro cerró varios acuerdos de suministro de gas a favor de la empresa italiana ENI.
Los países europeos han intentado contra viento y marea subir sus reservas de gas en tiempo récord, en lo que redefinen la estrategia para reimpulsar su propio sector energético.
Por ejemplo, España tiene al 80% sus reservas de gas y la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, sigue afirmando en los telediarios que el suministro para el invierno está garantizado “y nadie pasará frío”.