A través de la historia, el corazón ha representado antropológicamente una de las partes más importantes del cuerpo humano, tanto física o utilitariamente para la vida, como también simbólicamente para explicar los procesos del movimiento del espíritu y evolutivos, propios de la conciencia.
Estos arquetipos y valores abstractos han tenido variantes en su representación, por ejemplo, el corazón ha sido el “atanor” para los alquimistas; el “centro de los movimientos del alma” para los persas; el “santuario del hombre” para los primeros cristianos; “el girador” para los sufíes; el “lugar en el que habita la consciencia moral” para los egipcios, en donde todos los rasgos de nuestra vida, al morir, dejaban una huella o memoria en él.
La representación egipcia consideraba el corazón como una “llave moral” y afirmaban que, “es desde el corazón como se ordenan todas las potencias del alma”. Para los egipcios el corazón se pesaba en el juicio final en una balanza, con el contrapeso de la pluma de Maat que representaba el lugar en donde habitaba el saber y la intuición. El corazón también representaba el Cáliz místico donde se vertía la llama divina, siendo responsable de nuestros actos y regulador de la consciencia del hombre, iconografía que adoptó posteriormente el cristianismo. Los egipcios también le atribuían al corazón la “omnipresencia” que podríamos interpretar como la consciencia.
Posteriormente, la filosofía griega divide la facultad del hombre y crea una visión dualista de la emoción y de la razón, o de la inteligencia en contraposición con las facultades intuitivas. Las primeras, asociadas al cerebro, y la segunda al corazón. Esta dualidad está representada en los atributos de Apolo en contraposición con aquellos de Baco, expresado también en la dialéctica del método discursivo en contra del método intuitivo.
Desde la cosmovisión de las religiones abrahámicas, lo que habita en el corazón es el “alma” (con las diferentes interpretaciones en diferentes épocas); para su explicación, también deberíamos discurrir por las tesis del alma como forma, como sustancia o como potencia.
Podría entonces actuar como “substancia”, es decir, el corazón guarda las características propias de la condición humana, buenas y malas. O como “potencia”, siendo un catalizador o regulador que toma la experiencia de la realidad y es procesada por la razón, la inteligencia y la reflexión, como insumo para el discernimiento en su actuar justo para con los demás.
El corazón como producto del símbolo socio-cultural, es una explicación y representación alegórica sobre una parte específica y quizá, metafísica de la realidad. La realidad nos somete al mundo de las cosas y de las sensaciones, al mundo de lo tangible; pero además, existe un mundo inteligible, abstracto, en donde habita otra realidad, la realidad de un mundo de las ideas, de la reflexión y de la deconstrucción de la experiencia que nos permite en su conjunto y por interacción, la formación de la consciencia, entendida como la reflexión conjunta y el disparador hacia la acción; en el mejor de los casos, hacia el bien, hacia las virtudes y hacia un actuar justo. Un regulador interno que actúa y advierte en automático con base a su discernimiento; prevé y califica las consecuencias del accionar propio con el entorno.
Es importante integrar el debate sobre las cosas, al debate sobre las ideas. La idea como realidad abstracta (divina) y elemento que solo la razón puede percibir y que el corazón, como un atanor alquímico transforma y lo pone a disposición de la acción; en el mejor de los escenarios, al servicio de los demás. Es entonces un corazón con memoria (metafóricamente), que resguarda las características del hombre que se ha sabido autoconstruir virtuosamente.
Nuestro actuar diario nos demanda un actuar justo en todos nuestros actos, pero ¿cómo saber lo que es justo? ¿Lo que es justo es siempre bueno? ¿El valor de justicia es universal? ¿Cómo estamos construyendo nuestra consciencia para que nos conduzca hacia las virtudes?
Tal vez, el activar la conciencia esté en el “recordar”, en el sentido etimológico de la palabra que significa: “re” (de nuevo) y “cordaris” (corazón): “volver a pasar por el corazón”; poner en la balanza nuestros actos e intenciones, someter la realidad al juicio del corazón, en donde habitan la emoción y la razón; y buscar un maridaje de entre cada uno de sus productos, alcances y limitaciones para así, construirnos como individuos cardioconscientes.
El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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