“Quien ha viajado lejos en su profesión, sabe que ningún punto de partida es realmente desde cero.”

Hoy, les comparto una catártica historia:

En las aulas de la universidad, entre pizarrones llenos de conceptos sobre comunicación, periodismo y otras teorías (no conspirativas); ante una audiencia de aprendientes que, sin llegar a la alucinación, se convierten por momentos en la imaginación evocada de micrófonos, mismos que graban sonidos de enseñanza, esa que solo se puede ofrecer con profunda claridad desde las propias experiencias profesionales acumuladas.

Ahí podemos verle; un hombre que alguna vez ocupó los espacios considerados por muchos “de altos vuelos” y privilegiados en la radio.

No es un exiliado de su profesión, sino un prestado al ámbito educativo, donde su voz sigue resonando, no en las ondas hertzianas, sino en las conciencias de quienes algún día tomarán su lugar.

Desde niño, aprendió de su padre que la honestidad es innegociable, que la perseverancia y la disciplina son la clave para trascender y que las convicciones no deben tambalearse ante las tempestades del oportunismo.

Su trayectoria como locutor y periodista está marcada por esas enseñanzas, las mismas que le permitieron sortear los embates de la vida profesional con la templanza de quien comprende las cuatro virtudes estoicas: justicia, sabiduría, coraje y disciplina.

Durante años y aún ahora, sostiene con firmeza el estandarte de profesionalización de la locución; así lo buscó cuando presidió una asociación de locutores, creyendo que por ser tal organización de presencia nacional, se tendría un gran potencial para dignificar el mal llamado oficio y formar nuevas generaciones, no obstante, el entusiasmo y el compromiso no siempre son compartidos por todos. Encontró en su camino la indiferencia de quienes deberían haber sido aliados, el desinterés disfrazado de burocracia y la traición envuelta en falsas sonrisas.

El aprendizaje de vida, también le ha incluido un kit completo que incluye, entre otras cosas, una coraza para resistir sin odio ni enconos, muchas bolsitas para aceptar las críticas destructivas, amenazas y envidias sin rencor y una lupa (que más parece telescopio) para mirar de frente sin claudicar.

Entonces llegó ese preciso momento en el que sabía era necesario tomar la decisión para emprender la retirada por la puerta de enfrente, para después recordar; por tanto reflexionar, entender y hasta comprender el concepto filosófico que popularizara Friedrich Nietzsche en su obra Gaya Ciencia de 1882 y que llamó “amor fati”, es decir, la aceptación absoluta del destino, sin lamentaciones ni reproches.

La dimisión al cargo de presidente no fue una huida ni una derrota, sino una decisión coherente con su integridad, pues la misión no era perpetuarse en un puesto donde la inercia vencía a la acción, sino seguir construyendo desde distintos espacios en favor de lo que le ha movido desde su infancia y que al paso del tiempo se convirtió en una pasión: la locución.

Y aunque lo deseó, no esperó a que lo expulsaran los juegos de poder, ni a que su voz fuera silenciada por el ruido de la indiferencia, mejor dio un paso al costado con la frente en alto, convencido de que la dignidad y el honor no tienen precio.

Quizá algunos se pregunten si fue la falta de visión de los dirigentes lo que le llevó a partir, pero no (del todo), pues la respuesta está en su actuar: “nunca traicionar sus principios, nunca negociar su coherencia.”

Se alejó antes de que el pathos de la indignación lo dominara, antes de que la decepción lo consumiera; convencido de que su legado no estaba en el cargo de una asociación, sino en el eco de su voz de enseñanza y de frente a quienes sí creen que la locución es más que un empleo, confirmándole que con la voz podemos trascender en las ideas.

Ergo, su voz sigue viva, reanimando de maneras constantes la verdadera esencia de su pensamiento, confirmando que la prosperidad profesional no está en el poder efímero, sino en la huella que se deja en quienes vienen detrás. Es en esa misión donde la justicia, la sabiduría, el coraje y la disciplina siguen siendo sus mejores aliadas.

La lección es clara: la locución no es solo un oficio, es un acto de dignidad y quien se aferra a su integridad, jamás deja de ser escuchado, se los prometo.

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