Dentro de los elementos que abonan a la percepción que se tiene de una vialidad pueden enlistarse múltiples factores, unos que van orientados al sentido práctico y primordial de su tránsito, como lo puede ser la materialidad de la calle, qué tan iluminada está, si cuenta o no con banqueta, el ancho de ésta, o elementos meramente propuestos para la experiencia sensorial del sitio, como lo es la vegetación.
En diversas zonas de la ciudad identificar parques o áreas verdes puede parecer un esfuerzo en vano, pues algunos desarrollos urbanos e inmobiliarios implementan únicamente el metraje requerido por ley de estos espacios naturales, haciendo de la urbe el sitio para el habitar de una sola especie: el humano.
Pensemos ahora en un escenario positivo, vialidades donde al alzar la vista nos sorprenda la sombra consecutiva que proyectan la fronda de los árboles, arbustos en lugar de muros bajos, o coloridos jardines donde las abejas (y cantidad de insectos más) hacen lo suyo. Este estilo de ciudad dista mucho de aquella donde el único verde a mirar es el de un muro que soporta una plastificada ilusión a vegetación, rompiendo con el patrón grisáceo del contexto.
Si bien coloquialmente palmeras y palmas suelen mencionarse con el mismo fin, la palma propiamente es la hoja que ostenta la palmera. Ahora bien, de unos meses para acá hemos visto en diversas zonas de nuestra ciudad que palmeras se han ido secando y transformando a un estado en el que con nuestros dotes en psicología y jardinería definimos como tristeza, “la palmera está triste”, decimos con perspicacia.
Como todo ser vivo, las palmeras taladas fueron previamente diagnosticadas con una enfermedad aún sin cura, dejando como única alternativa su tala. Este mal se manifiesta en forma de hongo o bacteria, los cuales pueden acabar con la vida de la palmera de adentro para afuera, secando posteriormente su corona y representando un riesgo para quien camina debajo de ésta. Otra cuestión que orilla a que estas especies caigan enfermas es por lo que expertos definen como “estrés hídrico”, una alteración en los patrones de riego que afecta considerablemente la salud de las palmeras. Una víctima más del cambio climático.
En Puebla se tiene un registro de ocho mil árboles y palmeras afectadas, lo que obliga a replantear los elementos naturales que acompañan muchas de las vialidades y zonas más concurridas por unos que se adapten de mejor manera a nuestra ciudad. En la capital del país la cosa no es muy diferente, pues se tiene un registro de quince mil especies dañadas, de las cuales nueve tienen síntomas letales. Su tala parece ser también la única solución, prometiendo, según la jefa de gobierno de dicha ciudad, terminar el año con mil quinientas especies taladas y remplazadas por árboles nativos como el arrayán y el duraznillo.
La especie que con mayor frecuencia enfrenta esta enfermedad es la palmera canaria, la cual no es originaria de nuestro país, sin embargo, se encuentra con frecuencia en nuestras ciudades gracias a su capacidad de adaptación. Se dice que en la Ciudad de México, los troncos de las especies taladas serán reutilizados a manera de muebles urbanos, los cuales se dispondrán en parques de la ciudad. Se esperaría pues que en Puebla se plantara la posibilidad de reutilizar igualmente los troncos caídos, así como reforestar las zonas donde fueron cortados y, también, en donde su tala no fue necesaria por la inexistencia de estos espacios; lamentable carencia que demanda una ciudad verde. Nada de palmas al aire, hoy no hay nada que festejar, hoy más bien se está de luto por las palmas al suelo.
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