Quienes han vivido de cerca los encierros de los Sanfermines en Pamplona España, aseguran que no hay sensación más emocionante que correr el trayecto junto a los toros bravos, o bien, observarlo desde la seguridad de las barreras.
Del siete al 14 de julio los encierros de Pamplona generan gran interés en el mundo taurino, pues la tradición de correr toros bravos entre una multitud es única y no se puede comparar con las que se han intentado hacer en otras partes del mundo.
Miles de mozos vestidos con la tradicional indumentaria de los pamploneses durante los Sanfermines adornan las calles en los días de fiesta. Ropa blanca rematando el atuendo con un vistoso pañuelo al cuello de color rojo.
Tan rojo es el pañuelo como la sangre que provoca el navajazo de los cuernos de los toros, llevábamos ya varios durante los primeros encierros. Cada año, cientos de mozos sufren lesiones, ya sea por cuerno de toro o por las caídas que provoca la gran cantidad de personas corriendo el circuito.
Adrenalina desbordada, pasión extrema y peligro inminente es lo que ofrece el recorrido de los toros por las empedradas calles de Pamplona. Los nervios, el susto y la ansiedad son característicos de aquel valiente que sigue el recorrido.
En punto de las ocho de la mañana comienza el circuito, el aviso de que ya no hay marcha atrás es el chupinazo.
Un cuetón previene a los mozos de que ya viene el toro. Antes, los corredores se encomiendan tres veces y cantan a San Fermín, el patrón de la región Navarra. Lo demás, lo cuentan los toros.
Hace unos años en Tlaxcala se intentó hacer algo similar, sin embargo no generó arraigo en la población y particularmente entre la afición a los toros.
Sin embargo, el evento denominado “Pamplona en Tlaxcala” también ofrecía las mismas sensaciones de temor y adrenalina entre los corredores.
La idea no era mala pues fomentaba la pasión por el toro, y a su vez, turismo y la economía. El recorrido era menor, evidentemente al animal no se le molestaba en lo absoluto, sin embargo, hubo voces que se pronunciaron en contra y aquello que se intentó heredar como una tradición se quedó en el olvido.
El puro
Fiel compañero del taurino es el puro. Sin duda el olor que desprenden los puros es característico de una plaza de toros, y que se suma a los olores y colores de una tarde taurina. Cuántas veces he escuchado a la gente decir mientras percibe el olor de un puro: “huele a toros”.
Fumar un puro no es cualquier cosa, dicen algunos; para hacerlo, se requiere de entendimiento, pues no se debe tratar al puro igual que a un cigarrillo.
Desde el encendido del mismo, “dejarlo morir” lentamente, solo. No eliminar la ceniza en un cenicero o en el asiento.
El puro tiene amplia relación con el toro bravo. Crecen en el campo, se robustecen y merecen los mejores cuidados para que el resultado final sea excelente. Los mejores, siempre son reconocidos.
Ya en la plaza, con el puro en la mano se disfruta la corrida, se saborea el tabaco. Al puro se le debe templar como el torero pone temple a las embestidas de un toro.
Al igual que a algunas reses, se les trata con mimo, se le lleva poco a poco, sin prisas y sin adornos ridículos o excesivos.
Muy gitano fuma el puro Morante de la Puebla, torero español que no oculta su pasión por la fiesta de los toros aun estando fuera de los ruedos. La afición, la pinturería y siempre su figura torera, gitana.
Cuenta el torero que mientras se viste de luces antes de ir a la plaza, fuma un puro. Ambos en la soledad del cuarto, comparten el miedo.