Balzac publicó en 1831 la primera versión de “La obra maestra desconocida”, catorce años después, escribió la quinta y definitiva versión. La narración inicia cuando un joven busca a un pintor al que admira y quiere conocer. El ambiente es Kafkiano, unas escaleras alejan con dificultad el destino que quiere alcanzar el chico. Antes de arribar al lugar, otro personaje se adelanta al joven y al encuentro cara a cara con el pintor y su taller. El joven se inmiscuye como una sombra. En un mismo sitio se encuentran las tres etapas de un pintor.

Porbus, el pintor, trabaja. Nicolás Poussin, el joven, la ve fascinado. Frenhofer, el más anciano de los tres menciona: “el pintor no es un copista, es un poeta, no es suficiente conocer la sintaxis del lenguaje, ni la representación objetiva, la técnica no es lo único importante”. “El dibujo…”, continuaba hablando el maestro, “es inexistente en la naturaleza, los contornos son falsos”. Escribe Balzac en voz de Frenhofer: “¡La misión del arte no es copiar la naturaleza, sino expresarla! (…) ¡Ni el pintor, ni el poeta, ni el escultor deben separar el efecto de la causa, que están irrefutablemente el uno en la otra! ¡Esa es la verdadera lucha! (…) ¡Dibujan una mujer pero no la ven!“ Balzac se adelanta varios siglos a la concepción del arte posmoderno, la importancia de la profundidad espiritual de los hombres sobre la materia, Duchamp lo llamaría lo “infrafino”.

Balzac propone una nueva construcción sobre lo que entendemos por “belleza”, escribe: “La belleza es severa y difícil y no se deja alcanzar así como así; es preciso esperar su momento, espiarla, cortejarla con insistencia y abrazarla estrechamente para obligarla a entregarse. (…) Sólo tras largos combates se la puede obligar a mostrarse bajo su verdadero aspecto. (…) La Forma es un medio para comunicar ideas, sensaciones; una vasta poesía” y concluye acusando a los pintores, que no a los artistas: “Han conseguido la apariencia de la vida, pero no han logrado expresar su desbordante plenitud, ése no sé qué que es quizás el alma que flota como una bruma sobre la forma exterior”. Son largas y complejas las explicaciones que hace el anciano sobre la pintura. Por otro lado y entre otras cosas, Balzac subraya de manera discreta, la relación perpetua y constante del capital económico con el mundo del arte, ya que acentúa la situación económica de los tres personajes. El artista joven pobre, el adulto mejor acomodado y el anciano rico.

En la parte final de la historia, Porbus, el pintor, hace todo lo posible por convencer al anciano maestro de dejarlos contemplar la pintura que está haciendo y que nadie ha visto. Frenhofer, el pintor más experimentado entre los tres, se niega, y habla sobre el valor y la significación que representa para él esa obra, su proceso y la vida que le ha otorgado, ya no solo es una “pintura”, su valor ahora radica no el técnica, sino en la entrega que le ha dado el creador. En este punto el cuento da cuenta de la importancia de la intensión del artista sobre su trabajo, como lo que hace Louise Bourgeois al trabajar con su ropa por ejemplo.

Por fin, luego de muchos intentos persuasivos, los tres artistas se colocan frente a la obra maestra desconocida de Frenhofer y se quedan atónitos, revisan a profundidad la pintura y no entienden nada, el cuadro es ininteligible. Balzac, muchos años antes que la concepción de lo abstracto, abordó en este cuento, las cargas emotivas y significativas como otro elemento en los discursos artísticos. Al final del cuento, la subjetividad y la significación del viejo artista es tal, que la obra se convirtió en una “pintura abstracta”, y para los que la contemplan algo inexplicable.

 

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