“Y a la iglesia la secundaron los filósofos: la  mentira del orden moral del mundo atraviesa el desarrollo entero de la misma filosofía moderna” –Nietzsche-

 

El pasado fin de semana fuimos testigos de un hecho que para algunos resulta verdaderamente trascedente: la canonización de tres niños indígenas de Tlaxcala que murieron durante los primeros años de evangelización después de la caída de México Tenochtitlan, es decir, de la Conquista Militar.

El hecho se convirtió en todo un espectáculo mediático por la trascendencia de un acto de carácter “eminentemente religioso” que –algunos pensaríamos- involucra exclusivamente a miembros de la comunidad católica.

Sin duda, temas que están relacionados con cuestiones religiosas, se vuelven polémicos porque están por encima de un pensamiento racional y lógico, ya que se mueven en el ámbito de la fe, de lo incuestionable, de discursos estructurados a lo largo de la historia de forma casi idéntica.

Y es que para quienes tuvimos el  privilegio de estudiar Historia por muchos años, nos es muy difícil cerrar los ojos y dejar de lado la reconstrucción histórica disciplinada para entender lo que ocurrió en la primera mitad del siglo XVI, luego de la caída de México Tenochtitlan en agosto de 1521.

 

La más terrible de las conquistas

A partir de la llegada de los primeros religiosos a Tlaxcala para iniciar de forma sistemática con el proceso de evangelización, es decir, de la conversión de los indígenas a la fe católica, fueron muchas las estrategias para que la empresa arrojara resultados efectivos.

Los métodos –tal y como lo consignan documentos de la época- fueron muy diversos, por ejemplo, el teatro al aire libre en donde se les mostraba a los indígenas el nuevo concepto de infierno para aquellos que siguieran con las creencias en los dioses prehispánicos fue efectivo.

Otro método fue la construcción de capillas abiertas, como las que podemos observar en gran número de iglesias de nuestro país, para bautizar de forma masiva a los indígenas y sacarlos del pecado, desde la perspectiva católica por supuesto.

Para aquellos que se oponían a dejar a sus dioses y adoptar a los nuevos, los traídos por los españoles, existía la muerte, tortura y en el menor de los casos, el encarcelamiento.

Un método más fue el de convertir primero a los Principales a través del bautismo y dotarles de un nombre castellano. El objetivo: que sirvieran como ejemplo para el resto de los pobladores.

En el caso de Tlaxcala, la historia consigna que los cuatro señores de Tlaxcala, el de Ocotelulco, Tizatlán, Quiahuiztlán y Tepeticpac fueron los primeros en recibir el bautizo. Recordemos que eran los más importantes en ese momento, pese a que a la llegada de los españoles había alrededor de veinte señoríos.

Uno de los métodos más efectivos fue la adopción de los hijos de los nobles indígenas de Tlaxcala que fueron llevados a los conventos que se comenzaron a construir en el centro del país a partir de 1524 con la llegada de los primeros religiosos franciscanos a las nuevas posesiones españolas en América.

El objetivo era claro, educarlos bajo la nueva óptica, imponer un nuevo modelo de dominación cultural que abarcara el idioma, el reconocimiento de los reyes de España como la máxima autoridad y una nueva religión, la católica.

Los niños indígenas alejados de sus padres y educados por los religiosos dieron como resultado la primera generación de conversos, de niños que vieron en las creencias de sus padres “el pecado”, “lo diabólico”, “lo que estaba fuera de la ley”, lo que había que denunciar.

Esos niños que ahora fueron convertidos en santos, son resultado del método más terrible que pudieron emplear los españoles para lograr erradicar las creencias de los pueblos nativos de América, porque convirtieron a esos niños en delatores de sus propios padres y a sus padres en “criminales”, por darle muerte a quienes lejos de verlos como los pequeños a quienes había que proteger, se habían vuelto los enemigos.

El Papa Francisco expresó “Cristóbal, Antonio y Juan, asesinados en odio a la fe en 1527 y en 1529, son considerados los protomártires (primeros mártires) de México y del entero Continente Americano, primicias de la evangelización del nuevo mundo”.

Esos niños, ahora Santos, son un ejemplo –aunque no el único- del ejercicio de poder, de la imposición sin ética alguna de una nueva religión, la del ganador, la que no sólo venció militarmente sino  que culturalmente aplastó al vencido.

 

¿Los primeros mártires?

Sin duda la recreación de un acto de fe dista mucho de la reconstrucción histórica, se vuelve como ahora lo vemos, en la elaboración de un discurso que tiene un objetivo que no es develado a los oídos de hombres y mujeres de fe, que tal vez no estén interesados en escucharlo.

Los niños Cristóbal, Antonio y Juan, no fueron los primeros, los únicos, ni últimos en protagonizar una confrontación con sus padres en lo que ahora –en los tiempos modernos- denominan “asesinatos en odio a la fe”.

En este sentido, es importante acercarse a la Historia, a la reconstrucción del pasado de quienes han dedicado toda la vida a hacer investigación seria y responsable que, nos permita distinguir entre la elaboración de discursos que tuvieron y tienen objetivos no transparentes, y la realidad de los hechos pretéritos.

Tal vez sería necesario que la Iglesia reconociera y canonizara a las cientos de mujeres que fueron violadas a la llegada de los españoles y que fueron el origen de un mestizaje que, en el discurso de la historia oficial, no aparecen.

El discurso histórico oficial dice que Tlaxcala fue la cuna del mestizaje, que a la llegada de Cortés a Yucatán le fueron regaladas mujeres, entre ellas Malinalli Tenépatl que luego sería conocida como Doña Marina y con quien Cortés procreó un hijo, Martín. Inclusive, se creó toda una historia de amor bastante endeble, pese a que Cortés estuvo casado con una mujer española de nombre Catalina Xuárez Marcayda.

Sin duda, son dos discursos distintos y de esos está llena nuestra historia nacional.

 

A pie de página

“A cualquier cosa que ocurra hoy en día, es por la corrupción. Casi, casi, si hay un choque aquí en la esquina: ah, fue la corrupción, algo pasó en el semáforo, ¿quién compró el semáforo que no funcionaba?”, fueron las palabras que el presidente de México Enrique Peña Nieto, pronunció con tono de reclamo, el foro Impulsando a México, organizado por El Financiero.

Sin duda, el actual presidente tiene memoria corta, porque hace tres años, en 2014, durante una mesa redonda llevada a cabo en Palacio Nacional, él mismo reconocía que la corrupción había invadido todos los ámbitos de la vida de los mexicanos, hasta formar parte de la propia cultura de los ciudadanos.

“Hay un tema cultural, que lamentablemente ha provocado corrupción en todos los ámbitos y órdenes, tanto privado como público, y se alimenta de ambos lados… está en el orden social y para que realmente logremos cambiar esta condición cultural  debe haber un espacio de participación de todos…”.

Definitivamente no entiendo el discurso contradictorio, hace tres años reconocía que la corrupción había invadido a toda la sociedad mexicana y, ahora reclama que, “quieren ver corrupción detrás de cualquier cosa”.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here