El hoy bestseller “Fire and Fury: Inside the Trump White House” de Michael Wolff reveló pocas cosas que verdaderamente fueran nuevas o relevantes sobre el controvertido presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero una sola afirmación vale por todas las toneladas de papel que ha representado dicha publicación: que el llamado “agente naranja” no solamente no quería ser el nuevo ocupante de la oficina oval, sino que nunca creyó serlo. Para el empresario venido a político era sólo una estrategia mercadotécnica para apuntalar la marca Trump, un escandalito mediático que iba a terminar el día de la elección.

Lo anterior explica la que resulta la más extraña y emblemática de sus promesas de campaña: construir un muro que garantizara la separación definitiva de la súper potencia de su patio trasero. La medida era desmesurada y cargarla al erario norteamericano hubiera sido lesivo para su economía. Entonces surgió la gran propuesta: el muro lo pagaría México. Así nomás. Sin razón, sin sentido, sin el menor asomo de viabilidad. Como promesa vana, como simple bandera de la campaña que él deseaba perder, servía tan bien como cualquier otra.

Pero para sorpresa del hombre del extravagante peinado, su triunfo transformó su principal estandarte en su pesadilla. Porque lo cierto es que no hay forma, ni directa ni indirecta, de que México pague por una obra que lo más probable es que nunca se construya. O no, en los términos planteados por Trump.

Un año de la Trumpada

Primero trató de que le presidente Peña Nieto aceptara el supuesto pago o por lo menos, que no negara la versión. Luego dijo que cobraría un impuesto a los productos mexicanos para de ahí pagar su muralla gringa. Alguien le explicó después que eso sólo haría que el costo se trasladara a los consumidores norteamericanos.

Mencionó luego que se cobraría del supéravit comercial que favorece a México en su relación con los vecinos del norte. Pero eso solo demuestra más ignorancia sobre la forma en que funciona la economía, pues dicha balanza no es dinero público, sino que se queda en posesión de los particulares que exportan e importan mercancías.

Ahora dice que si no hay muro no habrá tratado de libre comercio. Confunde aquí peras con manzanas. El tratado es un mecanismo que estimula la inversión a ambos lados de la frontera y, aunque lo establezcan los gobiernos de los tres países, lo ejecutan empresas particulares de acuerdo a su conveniencia comercial. No genera recursos a los gobiernos.

Las grandes armadoras automotrices, entre otras empresas, han pedido a Trump reconsidere su posición sobre el TLCAN. La propuesta del muro tendrá que adaptarse a la realidad y se sumará a otras tantas promesas de campaña que no podrá cumplir. Y generará más descrédito al presidente más impopular en la historia de ese país. Happy birthday, Donald.

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