Alrededor de los 17 años, Jesús Hernández Ramos tuvo que reemplazar su nombre y papeles por el de su hermano Baltazar para ingresar a las fuerzas básicas del Tigres. El sueño de ser un futbolista profesional lo hizo dejar su natal Delicias Chihuahua, para probar suerte en Monterrey, Chiapas, Puebla, Cabo San Lucas y por último Tijuana, lugar en el que se quedó a residir. A la par del sueño de fama, “Baltazar”, trabajaba en un taller de carrocerías que se extendió a lo largo de quince años.
El fracaso futbolero lo hizo confundir su sentido de la existencia y se refugió en la religión. Primero asistió a iglesia Evangélica Pentecostés y luego a la Evangélica Apostólica, ahí, estudió la biblia, y al poco tiempo, se transformó en un fanático religioso tal, que dejo de escuchar radio, ver televisión e incluso se enemistó con sus padres y abandono a sus amistades por personas que tuvieran relación con su nuevo credo.
Para los sermones y misas “Baltazar” aprendió a tocar la guitarra y luego el teclado, pues de alguna manera siempre quiso ser famoso, pero se sentía rechazado por la sociedad. Por los dirigentes de su iglesia, las mujeres y los policías que frecuentemente lo detenían de forma arbitraria por su aspecto. Este bullying se lo reclamaba a Dios, por haberlo creado feo y con mirada de asesino, es así que poco a poco comenzó a rechazar los dogmas religiosos y a utilizar las canciones evangélicas reemplazando las letras por liricas urbanas.
En protesta también, se maquillo, transformando su apariencia natural por una en la que se sentía más cómodo. Se fue a los mercados sobre ruedas a tocar sus composiciones. Aborrecía la hipocresía religiosa y la doble moral de la sociedad, se identificaba con el Rey David y el Rey Salomón por lujuriosos, pues desde los 6 años ya tenía deseos sexuales y experiencias carnales con sus vecinas. Cambio su nombre por el de “San Baltazar” y luego, por recomendación de su amigo Vicente, por el del “Muertho”. En este personaje, como lo hiciera el Santo o los integrantes de KISS, se sentía más seguro, inspirado, creativo, atrevido, menos dudoso. Incluso también, para las cuestiones carnales.
Cansado de los mandamientos de Israel emitidos por Moisés, propuso nuevas leyes que salieron de México para el mundo, estos nuevos mandamientos fueron ideados primero por el rechazo que observo sobre los homosexuales en las iglesias y luego en búsqueda de abrir la mentalidad de la sociedad pero principalmente de la juventud. “El Muertho” desea que controlemos nuestro lado oscuro y procuremos más el lado claro que tiene cada persona. Todos tenemos un Cristo interno y las apariencias nos engañan. Los mandamientos del “Muertho” de Tijuana invitan a la libertad sexual pero no a la violación, a la decisión sobre nuestros placeres pero no a herir a personas inocentes o justa, propone maldecir o incluso matar a los funcionario corruptos, a los líderes o reyes religiosos perversos y promueve la evolución temprana del ser humano, para que sea productivo y viva como le plazca pero con dignidad, pues primero está el deber y luego el placer.
“El Muertho TJ” es como una de sus canciones, un viejo decrepito que se mantiene con las rentas de unos cuartos y las monedas que le otorgan en sus tocadas callejeras o lo que le pagan en los antros y bares hípster en los que también se presenta. El país y el mundo comienzan a pedirlo. También es parte importante del submundo tijuanense y un reflejo de una sociedad a la que le importan solo las apariencias, lastimando con ello, a los que no cumplen con los estándares de belleza impuesto desde la colonización. “El Muertho TJ” no es solo música, es actitud.
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