Una de las empresas más difíciles que se ha echado a cuestas el candidato y casi propietario de Morena, Andrés Manuel López Obrador, es repetir hasta la náusea la idea de que existe una “mafia del poder” de la que él no forma parte. Difícil de creer, luego de ver los siniestros personajes que buscan arroparse tras la figura del popular Peje. Se entiende, porque es parte de una mercadotecnia maniquea, simple y clara (como cualquier maniqueísmo): todos son malos, excepto él. Así inventó el esperpento PRIANPRDMC, al que se pueden agregar todas las siglas que no coincidan con sus aspiraciones presidenciales. Como idea no es mala.

La triste realidad, sin embargo, es que la geometría política no se amolda a sus fantasías simplistas. Esto dicho porque la lucha electoral enfrenta a quienes fueron acérrimos rivales y hermana a los que hasta ayer se odiaban a muerte. En rigor no podemos hablar de una “mafia del poder”, sino de muchas mafias que se aglomeran y se separan ante los acontecimientos de la política: cada cabeza más o menos visible de la política puede generar su propia mafia y combatir a las demás. Casi sería un derecho ciudadano tan legítimo como formar un partido político o una ONG.

La andanada que ha puesto contra la lona al candidato del frente PAN-PRD-MC es una muestra clara de ello. Al margen de que puedan ser ciertas o no las acusaciones por lavado de dinero, la operación de diversas dependencias federales, en especial de la PGR, ha dejado en claro una acción facciosa, legaloide y de fines puramente políticos. Cómo será de grotesca la intervención de la Procuraduría que el propio Andrés Manuel López Obrador señaló que de la misma manera a él “se la aplicaron”. Claro que entonces fue el gobierno panista y ahora es el priista quien “se la aplica” al PAN.

Mención aparte merecen los diputados del PRI que ocuparon la cámara como una sucursal del Carnaval para defenestrar al ya muy vapuleado Ricardo Anaya. Los diputados panistas y perredistas entraron al juego y convirtieron a la Cámara baja en una zarzuela.

Si faltara algo para caldear los ánimos, un resucitado Diego Fernández de Cevallos reconoció que él fue quien profirió el “hijo de puta” que parece ser la causa de que se diera a conocer el video de la presentación del candidato del Frente para saber si había alguna acusación en su contra. Y para rematar, señaló que la única manera en que Anaya salga de la contienda electoral es “muerto”.

¿Algo más? Acusaciones sin sustento, un candidato demasiado nervioso para reaccionar ante los obstáculos que se le han presentado, una cámara de diputados que reclama su papel de comparsa y una Procuraduría que olvida su función de agencia investigadora y se convierte en parte de esta cruzada anti-frentista. Diga usted ahora si no hay muchas mafias del poder. Incluida la del Peje.

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