Más vale tarde que nunca. Así que finalmente el presidente Enrique Peña Nieto dio una respuesta contundente y clara a su homólogo norteamericano, que había amenazado nuevamente a México con la cancelación del Tratado de Libre Comercio y acusado a su vecino del sur de no hacer lo suficiente para frenar la inmigración ilegal y la entrada de drogas a los Estados Unidos. En otro de sus gafes, propios de su ignorancia legal, habló de enviar “military” para asegurar la línea fronteriza del río Bravo. Más tarde se aclaró que esto no significaba enviar rangers, marines o fuerzas Delta, sino simplemente a la Guardia Nacional, conformada por voluntarios que se encuentran al servicio de los gobiernos estatales. Esto implica que el pedido del presidente norteamericano Donald Trump de movilizar a estas milicias hacia la frontera sur tiene que pasar por la decisión de los gobernadores de Arizona, Texas, Nuevo México y California. Y de éstos, sólo Texas y Arizona se han pronunciado por realizar dicha movilización.

Luego de que el Senado y los cuatro candidatos presidenciales rechazaran tales amenazas, el presidente Peña tuvo que salir al paso. Y lo hizo con palabras duras, tajantes. El hecho de que sólo le queden ocho meses de  mandato puede haber incidido en su discurso. Lo importante es que de la tibieza diplomática pasó al posicionamiento; y de las alusiones a los candidatos de los partidos de oposición pasó a la referencia franca, con nombres y apellidos.

Lo cierto es que no tenía opción. Trump había recurrido por enésima vez a la mentira descarada para inventar ese personaje que tanto le agrada, el del capo de la política que da instrucciones a sus empleados-gobernantes de otros países. Decir que la caravana de migrantes que viajaba a los Estados Unidos se había disuelto porque el gobierno mexicano habría disuadido a los centroamericanos, cediendo a sus amenazas, es patético. Esa fantasía paranoica es una traslación al mundo real de su papel de patrón tiránico en “The Apprentice”. Por cierto que este reality show se canceló hace 10 años.

Sin embargo, subsiste una pregunta: esta muestra de unidad y de superación de sus diferencias particulares en aras de un bien común, ¿no se podría dar en temas internos? ¿Podríamos ver la misma solidaridad para combatir al crimen organizado, al narcotráfico, al huachicoleo, a la corrupción? Nadie puede dudar de lo divertido que es ver a los candidatos y a sus representantes insultándose, acusándose de todo tipo de tropelías y sacándose sus trapitos al sol. Sólo por variar, sería bueno ver un compromiso de los cuatro para hacer a un lado sus diferencias y trabajar a favor de la ciudadanía.

Pero la campaña electoral no es tiempo para ponerse ingenuos. Los candidatos se seguirán acusando, aún sin pruebas, de aquello que más beneficio les genere, en términos de clientela. Se opondrán o apoyarán cualquier cosa que les pueda dar votos. Porque eso de apoyar las causas de México es muy bueno. Pero es más bonito seguirse dando con todo.

Dignidad a fuerza

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