Quienes piensen que el Pejetaxi volador es una cortina de humo pueden tener razón. Por unos días, pareció lo más importante: ni el Tratado de Libre Comercio ni el bombardeo sobre Siria, ni siquiera el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México: lo que acaparó reflectores fue una avioneta Cessna de hace 40 años en la que voló Andrés Manuel López Obrador para hacer el recorrido de aproximados 800 kilómetros entre Mexicali y Guaymas.

Para los detractores de AMLO, esto contradecía, en los hechos, lo dicho en la 101 Asamblea General de Socios de la American Chamber/México, donde había asegurado que de ganar las elecciones presidenciales, usará solo aviones comerciales. La periodista Adriana Pérez Cañedo, moderadora del evento, preguntó al popular Peje: «¿Y si hay una reunión urgente en Naciones Unidas, con sede en Nueva York y su vuelo se retrasa?», a lo cual, tomado por sorpresa, arrojó la siguiente frase, fresco como la mañana: «pues no llegué y ya”.

Si esta salida fue reprochable para sus contrincantes, peor aún resultó el abordar el hoy famoso Pejeplano. Alfonso Durazo Montaño, el casi inevitable secretario de Seguridad Pública en el presunto gabinete de López Obrador, anunció en twitter: “Ayer, en el marco de la gira de Andrés Manuel López Obrador por Sonora, volamos varios trayectos (Mexicali-Nogales-Guaymas) en una avioneta Cessna 401, modelo 1968, matrícula XB-SHW, no presurizada, propiedad de la Sra. Elvira García Pacheco; su costo fue de $13,200 por pasajero.”

Y el propio Andrés Manuel bromeó: “Nada más para que vean que este avión no lo tiene ni Donald Trump, pero no lo vamos a vender porque no es de nosotros, el que vamos a vender es el que costó 7 mil 500 millones, ése sí lo vamos a vender».

Como no todo el mundo goza del mismo sentido del humor, diferentes medios empezaron a manejar informaciones que nadie, en la campaña morenista, quería escuchar: que las siglas XB no son las propias de las avionetas de renta, cuyas matrículas empiezan con XA; que la avioneta es propiedad de la señora Elvira García Pacheco, pero cuando Morena reportó en el Servicio Integral de Fiscalización la contratación del supuesto “taxi aéreo”, presentó una factura de la compañía Servicios y Reparaciones Aeronáuticos S.A. de C.V. que no es dueña de la aeronave ni está aprobada por el INE.

La prensa le dispensó a esta nota un gran espacio, como si fuera algo realmente importante. Pero, ¿por qué no preguntarse mejor sobre las denuncias contra los colaboradores de López Obrador? Por ejemplo, la acusación contra Alfonso Durazo por haber comprado un inmueble en Bahía de Kino, Sonora, a un hijo de Amado Carrillo Fuentes, el “señor de los cielos”. Esto, según el dicho del propio Amado Carrillo Barragán, quien se ostentó propietario del inmueble, aunque fue otra la persona que firmara dichas escrituras. Las palabras del inminente secretario de Seguridad parecen robadas a Ricardo Anaya: “No es responsabilidad de un comprador averiguar los antecedentes de un vendedor (…) En buen plan, no me corresponde a mí como ciudadano averiguarlo.”

O sea que el Pejeplano sí puede ser una cortina de humo, tal vez involuntaria. Porque de hecho hay cosas mucho más importantes.

El extraño caso del Pejeplano

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