El Instituto Nacional Electoral (INE) debería organizar menos elecciones y más debates. Esto resulta evidente si consideramos lo costosas que resultan algunas campañas en relación a costo-beneficio: campañas caras sin prácticamente ningún efecto sobre el electorado.

Otra cosa son los debates. Resultan sumamente económicos (si se comparan con las campañas), generan gran expectativa y tienen índices de audiencia que muchos finales de telenovela no alcanzan. Que los televidentes hayan podido pasar de la final de la Liga MX al segundo debate presidencial sólo habla de lo bien posicionada que está la política. Más aún si se considera que en todos los canales donde transmitieron el debate se llevó a cabo un post-debate y al día siguiente el post-post-debate.

Programas de opinión, resúmenes y mesas de análisis dan cuenta de lo interesados que están los mexicanos en estos asuntos. Para burlarse de los participantes, para ofenderlos, para hacer circular los memes de cada uno, pero nunca para ignorarlos. Los debates son el show del momento.

Lo cierto es que los candidatos han respondido a las expectativas del público. Nadie puede sentirse defraudado. Hemos visto escenas dignas de las más afamadas parejas, desde Abbot y Costello, El Gordo y El Flaco, Viruta y Capulina, hasta Cantinflas y Medel. Ese es el grado de excelencia que han mostrado los debates.

Fe de ratas

Por ejemplo, el sketch entre López Obrador y Anaya con el asunto de la cartera (AMLO abrazando la cartera, Anaya tratando de reaccionar) ha sido motivo de innumerables chistes en las redes sociales. El monólogo del costal (más tarde se sabría que esta anécdota la conoció Anaya de oídas y por ello no la contó correctamente) quedará como uno de esos momentos enternecedores en la historia de la televisión.

No existe un buen cómico sin un buen patiño. Y aquí todos hicieron lo necesario para elevar los ratings. Mención aparte merece “El Bronco”, que ha sido la revelación de la temporada: desde propuestas absurdas que ni siquiera vale la pena mencionar, hasta el momento en que le pide a López Obrador y Meade que se den un abrazo. Lo mejor del asunto: obedeciendo a su contrincante ¡se lo dieron! ¿Se puede pedir más? Pues sí: a Belinda proclamándose AMLOVER.

Es una verdad que paulatinamente va ganado terreno: no votaremos por el mejor, sino por el menos malo. Pero en estas circunstancias, ¿qué hacer? ¿Cómo votar con la conciencia tranquila? Sobre todo cuando lo peor no son los candidatos sino los equipos de trabajo que los rodean.

Otra cosa en que los debates le ganan a las elecciones es que todos pueden proclamarse ganadores. No hay posibilidad de que alguien recurra al consabido “voto por voto, casilla por casilla”. Mientras no haya un método para medir el triunfo real, así será. Proponemos que en el tercer debate se implemente un aplausómetro o un risámetro. Y todos tranquilos.

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