Hay dos cosas ciertas que están marcando el rumbo de la campaña electoral a tres semanas de la votación: las posiciones de los candidatos han variado poco pese a los debates; sin sorpresa, el segundo lugar le pertenece en solitario a Ricardo Anaya Cortés, aunque muy lejos de Andrés Manuel López Obrador. A pesar de ello (o tal vez por ello) no es cierto que el abanderado de la coalición PAN-PRD-MC sea el único capaz de ganarle a AMLO. Hay un voto anti-Peje que probablemente pueda capturar Anaya; a estas alturas, no parece suficiente para desbancar al tabasqueño. Cierto que el caso Nestora Salgado volvió a la mesa el asunto de los “delincuentes” que ocupan posiciones en Morena; cierto que la inconsistencia del candidato morenista se hace cada vez más evidente, ante la imposibilidad de mantener un discurso coherente debido a la heterogeneidad de las fuerzas políticas que lo apoyan.

El último incidente que muestra dicha incoherencia discursiva fue la reunión con el Consejo Mexicano de Negocios: según el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, el candidato de Morena habría considerado “viable y conveniente” el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, contra el que se ha opuesto públicamente el popular Peje. Más tarde, públicamente, AMLO lo negaría. Errores en privado, aciertos en público. Pero ¿cuál es la verdad?

A pesar de ello, hay una base social que es inamoviblemente pejecista. Y ante esto, y la amplísima ventaja de López Obrador, resulta difícil creer que la filtración del video del supuesto hermano de Manuel Barreiro, confesando una entrega de dinero hacia Ricardo Anaya a cambio de favores políticos, sea obra de la campaña de AMLO. De su parte, era un golpe innecesario, redundante.

Tampoco se le podría atribuir a la campaña de José Antonio Meade, porque si bien es cierto que este tipo de ataques son un duro golpe para Anaya, no levantan en lo más mínimo la desastrosa campaña de Meade. Si bien le quita votos a Anaya, no le aporta al candidato del PRI-PV-Panal. A menos que de repente ser el segundo de la contienda sea asunto de vida o muerte.

En cambio, si se piensa en el gobierno federal, todo suena más lógico. Ellos activaron la ofensiva contra Anaya, con sus revelaciones sobre la elaborada trama del “lavado de dinero”, que de hecho nunca se ha demostrado, puesto que no ha terminado en una acusación oficial y en la consecuente detención de Anaya. Fue, es, sigue siendo, una estrategia electoral para golpear al candidato frentista, carente de sustento legal, pero estridente como elemento de difamación en medios.

De tal suerte, todas las huellas apuntan de manera clara, hacia el gobierno federal, tal como ha denunciado el propio candidato panista. Este hecho gravitará poco en el resultado de la contienda, pues en efecto suena como fumigar un terreno bombardeado. Lo único grave es que muestra la forma lamentable en que el gobierno interviene, no en elección en sí, sino en la represión a sus enemigos políticos.

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