Como les he comentado, estoy en proceso de reencuentro de mi familia, el cual durará muy poco, pues de nueva cuenta se va uno de sus miembros. Pero pese a ello me encuentro feliz y satisfecho, pues a casa volvieron los gritos de alegría y de vez en cuando de pleito, ruidos estridentes, comida medio exótica, nuevas costumbres personales, reglas de convivencia, timbres de voz y hasta vestimenta, apariciones inesperadas a altas hora de la noche en nuestra cama, así como constantes conversaciones con aventuras incluidas.  Lo que me llevó a la reflexión de la implicación maravillosa y delicada de ser… PADRE DE FAMILIA. Concepto que abarca tareas que van desde brujo, doctor, réferi, psicólogo y más.

De donde puedo afirmar sin temor alguno, que además de una gran responsabilidad, resulta un verdadero privilegio desde el punto de vista que se quiera tomar; y cómo no serlo, si para empezar, el hijo o hija o los hijos, son producto de un amor, que nos regaló uno nuevo y mejor; otra constante para serlo es el hecho que se ha cumplido con la base ética natural de todo ser vivo, que implica la perpetuación de la especie; una más es el sentimiento de alegría, amor, desesperación, temor, miedo, angustia y de plena entrega a lo largo de nueve meses por un ser al que no conocemos físicamente, pero que sabemos está desprotegido y necesitado de nuestro amor y protección, lo que lo convierte en un sentimiento pleno e incomparable, hasta que llega esa nueva vida a la que supeditamos nuestros sueños, ilusiones, necesidades e ideas quizá erróneas que ¡Nunca estaremos solos! Pues para eso los tenemos a ellos.

Pero el verdadero título de PADRE se gana no solo porque participamos activamente en la procreación. Sino porque se requiere de entrega, compromiso, sacrificio y sobre todo mucho amor, que no pueden ser declinados, transferidos y menos endosados a alguien más, porque esas características representan en mayor o menor posibilidad que nuestros hijos sean felices o infelices. Por ello, en muchas ocasiones la única felicidad por la que trabajamos desesperadamente y a la que podemos aspirar para convertirla en nuestra, es la de nuestros hijos. Mismos que debemos entender, son producto de nuestro comportamiento personal, social, cultural y hasta económico.

Estos sentimientos a los que me he estado refiriendo, son condiciones que se traducen en el amor que de manera voluntaria y sobre todo desinteresada debemos profesar a esos seres, a quienes por cierto, muchas veces no entendemos o no queremos entender. Pese a que no les dimos opciones para concebirlos y menos para que llegarán a nuestro hogar, lo que debiera crear en nosotros un absoluto y único compromiso que le generé una vida dentro de lo posible, estable y feliz.

Me voy a permitir compartirles que ha resultado grandioso en estos últimos días de mi vida, saber que mis hijos, el mayor, Cutberto que por cierto ayer cumplió 21 años y la menor, Caro de 17 años, a quienes advierto desde estas líneas, SIEMPRE serán “mis niños”, a pesar y en contra de su voluntad. Que me han permitido descubrir que soy su consejero, amigo, capataz y padre, pese a mis múltiples equivocaciones, errores y deficiencias. Y que espero seguir siéndolo en tanto tenga fuerza y energía para apoyarles. Por tanto, justo es agradecerle al Ser Supremo, a mi esposa y a mis hijos el poder disfrutar de la gran bendición que me llamen padre.

Sé que muchos (hombres) dirán que solo las mamás son las únicas aptas para proveer todos esos sentimientos y cubrir las necesidades de sus hijos. Y no están equivocados mis amigos, pues los padres también debemos luchar por alcanzar esa misma intención. Pero… ¿Y qué debemos hacer para lograrlo y merecerlo? La respuesta es muy simple, permitiendo que nuestros hijos encuentren en nosotros, las circunstancias que les hagan ver que somos un refugio seguro, un hombro en el que apoyar su tristeza o dolor y un corazón abierto para amarlos eternamente, para aconsejarlos y siempre comprenderlos. Ser padre no es el resultado de un error, o del producto de un acto físico e instintivo o más aún, de engendrar por engendrar. ¡NO! Ser padre es asumir la responsabilidad y la dedicación necesaria para sacar siempre adelante a nuestros hijos.

Tarea bastante complicada, pero nada que la paciencia, la decisión, el coraje, el amor y un verdadero padre no puedan lograr. Lo que me permite entender y aplicar la máxima: Dar de sí, antes de pensar en sí.

porelplacerdeservir@hotmail.com

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