Si hay que reconocer alguna virtud al presidente norteamericano Donald Trump es su capacidad de unir a la gente… en su contra. Su última hazaña es que 200 de los diarios más importantes de la Unión Americana publicaron sendos editoriales protestando por la descalificación generalizada y los señalamientos respecto a que la prensa es un “enemigo del pueblo”.

La iniciativa y su cumplimiento deben ser tomadas con toda seriedad. No se trata de una opinión aislada que censure o repruebe alguna declaración del mandatario. Un editorial, como sabemos, es un posicionamiento de medio, no de una persona en particular. Los textos que circularon el pasado 16 de agosto reflejan la molestia, el hartazgo, ante un presidente errático, con un pasado cuestionable y un presente reprobable, que al ser señalado por sus yerros prefiere fustigar a sus críticos y cerrar ojos y oídos. Su argumentación es simplista, como muchas que ha dado: los medios atacan al presidente al no estar de acuerdo con sus puntos de vista; ergo, son fake news, mentiras, que lesionan a un gobernante que se quiere identificar, primero, con el gobierno en su conjunto; luego, con la nación. Estar en mi contra es estar contra el país. Crear divisionismo y desconfianza. Agrega Donald Trump: “¡pueden causar guerra! ¡Son muy peligrosos y enfermos!

Luego de la publicación de los editoriales, su posición se hizo aún más paranoica. Ahora la prensa es en realidad el “partido de oposición” contra “nuestro gran país”, pese a lo cual, “ganaremos”. Así los cataloga. Enemigos en una guerra.

Jamás en la historia de los Estados Unidos un mandatario se había enfrentado de forma más frontal, pero también ineficiente, contra un poder fáctico que representa también un derecho, uno de los más importantes: el derecho a estar informado. Y una libertad fundamental: la libertad de expresión.

La posición de la prensa fue, si no unánime, sí coincidente en lo fundamental. La prensa es necesaria para la gente, no un enemigo. Ningún país que pueda llamarse demócrata puede vivir sin libertad de expresión. Atacar a la prensa de esa manera es sentar las bases de una dictadura.

¿A quién se puede culpar de este desencuentro? Habitualmente hay culpables desechables a quienes se puede imputar el desaguisado. Se dice que el jefe de prensa no ha sabido interpretar el pensamiento del mandatario y ésa es la causa del innecesario enfrentamiento del gobierno con la prensa. Se le despide o se le reubica y todos en paz.

Pero aquí no existe, no puede existir, esa elegante salida. Es el presidente y nadie más quien ha generado la situación. Es él quien demuele el trabajo que negociadores, secretarios y encargados de diversas dependencias que tratan de arreglar el tiradero que provoca el jefe supremo a cada tuit, a cada discurso.

Durante la última fase de la monarquía francesa el rey Luis XIV acuñó la frase: “el estado soy yo”. Se conoció a su posición como “despotismo ilustrado”. Se podría hablar, en el caso norteamericano, de un despotismo ilustrado, si Trump tuviera algo de ilustración. Hablaríamos, en cambio, de un “despotismo iletrado”. Trump afirma: “el país soy yo”. Y lo peor es que se lo cree.

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