A raíz de una invitación que me realizara un amigo de la adolescencia para incorporarme a una rondalla que está formando. Y con el que en muchas celebraciones del día de la madre junto con otros amigos acudíamos felices y contentos a tocar hasta la ventana, balcón o puerta de nuestras progenitoras.
Lo que me llevó a recordar, la influencia que ha tenido en mi vida la música. Desde las canciones inventadas por mi padre, como la de la ranita que se cayó panza arriba y su papá le sobaba con saliva la barriga. O aquellas que cantábamos cuando acudía a los campamentos con los Boy´s Scout, o esa época en la que era un regocijo ir a los concursos de rondalla o coro. O cuando en mi juventud alguna canción me hacía recordar lo bueno o malo de algo o alguien. Y no se diga cuando tuve la dicha de ser padre, y les cantaba a mis hijos para que durmieran, o para aprender las partes de su cuerpo o para limpiar sus lágrimas derramadas por algún tropiezo o problema. ¡Qué maravilla de recuerdos y sueños vividos en un abrir y cerrar de ojos! Y todo por qué. Pues por la música.
Esto me motivó para ir aún más atrás en el tiempo y recordar que desde las culturas más antiguas del mundo hasta nuestros días, la música fue, ha sido y será parte integral de nuestra vida emocional, espiritual y ahora hasta físico, pues no falta quien para salir a correr o andar en bicicleta, lleva su dispositivo electrónico con su “playlist” para ejercitar. Pero volviendo atrás en el tiempo, recordemos que inicialmente era ritual y religiosa; hasta nuestros días que, tras un largo recorrido por milenios, es tan increíblemente importante y generosa, que se han creado no sólo diversos estilos, ritmos y medios de transmitirla, sino que incluso en el mundo de la ciencia la han llegado a considerar como una terapia curativa y de sanación, tanto para el cuerpo, como para la mente o incluso el alma.
Pero tratando de cerrar un poco el paso del tiempo, quiero enfocarme a las últimas seis décadas, en la que la música pasó de ser sin duda alguna, una parte esencial del romanticismo en los cincuentas, hasta convertirse en signo de rebeldía y libertad, hacia la década de los sesenta en la que se materializó el grito de insurrección de la juventud por el tiempo reprimido por el propio mundo, lleno de guerras creo yo, sin sentido, injusticia y desorden de todo género. Incluso es la música la encargada de generar el grito de libertad por los derechos, de ese ser maravilloso y que hasta ese momento era ignorado y sojuzgado, refiriéndome en este caso a… la mujer.
Para finales de los 60´s, un grupo de jóvenes conocidos como The Beatles, rompe los paradigmas de melancolía, dolor y tristeza. Mismos que apoyados en su “out field” consistente para los varones en pelo largo y tonos sensuales o a veces estridentes. Y para las jóvenes en hot pants o minifaldas, cuyo mensaje era un “ya basta”, frente a un mundo lleno de “machos”, quienes trataban de opacar su prestancia inteligencia, visión, diligencia, orden y trabajo en el contexto laboral, social y familiar incluso. Lo que afortunadamente no acontece actualmente.
Ya en los 80´s, 90´s y hasta nuestros días, la música forma parte de nuestra vida cotidiana en familia, en la calle, las escuelas, la iglesia, las oficinas, el transporte público, el trabajo, en suma, en todos lados.
Para mí vida, la música ha sido fundamental ya sea como terapia, consejera, acompañante en lo bello y alguna que otra tristeza, como nuestra amiga en esos momentos de reposo y tranquilidad al lado de mi maravillosa compañera de vida, aunque no coincidamos en el gusto por los géneros musicales. Sin olvidar que también está en el fondo de mis plegarias y agradecimiento a mi Dios, por todo lo que me prodiga.
No importa el instrumento que sea: piano, violín, guitarra, arpa, flauta o tambor. El límite no lo impone una partitura, ni una noche de luna, o una mañana primaveral. O los extremos sentimientos, que llenan el espíritu, aminoran la tristeza o resaltan la alegría y que nos permiten tener una vida más grata. Según los especialistas dicen que nuestras células oyen la música y ayudan a combatir el tedio, la soledad y la tristeza. Todos ellos enemigos emboscados para atacar nuestro bienestar físico, emocional, sentimental y biológico. Por ello permítanme sugerirles hacer, practicar, ejecutar, escuchar y vivir la música, sin tomar en cuenta el género o el estilo, el ritmo o el volumen, lo popular o lo especial. Lo importante es disfrutarla y… Dar de sí, antes de pensar en sí