La memoria es caprichosa y a veces, impertinente y disparatada. Nos juega bromas y se aparece de repente con intervalos de 12 años. Lo peor del caso es que en ocasiones ni siquiera podemos saber por qué. ¿Por qué se acordó Roberto Madrazo Pintado que, de acuerdo a las actas electorales que obraban en su poder, Andrés Manuel López Obrador iba a la cabeza en la elección de 2006? ¿Para halagar al presidente electo?
Si esa era la razón, no funcionó. Porque para la selectiva memoria de Madrazo era necesario que además la memoria de AMLO fuera igualmente volátil. Que el presidente electo olvidara que su excontendiente fue acusado de fraude cuando ambos aspiraban a la gubernatura de Tabasco. Que, en una elección llena de irregularidades, con un gasto desbordado que favoreció en forma ofensiva a la prensa local, venció al entonces perredista. Que en esa época se señaló que Madrazo gastó 72 millones de dólares en esa campaña, lo que le pudo haber servido para una campaña nacional. Que entonces López Obrador convocó a sus partidarios a marchar a la Ciudad de México y movilizó a buena parte de la sociedad tabasqueña y a la opinión pública nacional, al punto que el entonces presidente Ernesto Zedillo consideró la posibilidad de retirar a Madrazo. Que Madrazo se empecinó en defender el triunfo que tanto dinero le había costado, al punto que llegó a amenazar, a través del PRI tabasqueño, con separar al estado de la federación. Olvidar todo esto es un exceso, aún para las más débiles memorias.
Para la opinión pública también es difícil olvidar. La larga lista de mentiras en que incurrió Madrazo fueron públicas y documentadas. La más ridícula e incomprensible fue la impostura con la cual pretendió ganar el maratón de Berlín en octubre de 2007, donde se ausentó de la competencia de los kilómetros del 20 a 35, para reaparecer después, convirtiéndose en el político más rápido del planeta. Para desgracia de México, la medalla tan ingeniosamente ganada le fue arrebatada por descalificación.
Ésta es una verdadera travesura en relación a los muchos que se le han imputado a lo largo de su larga trayectoria política: mentiras, traiciones y aliarse a personajes de dudosa actuación, señalados de diversos delitos, incluido narcotráfico. Es evidente que nada se ha podido probar al tabasqueño, que a diferencia de su amigo Mario Villanueva Madrid, exgobernador de Quintana Roo, continúa en libertad, pese a muchas acusaciones.
Su aseveración de que esa elección de 2006 no fue ganada por Felipe Calderón cae como un rayo en seco. Su tímida insinuación de que AMLO iba adelante en sus actas (que no es la afirmación categórica de su triunfo) lo ha sacado de una zona gris y de comodidad, colocándolo bajo reflectores incómodos. Le han recordado sus traiciones, sus mentiras, su falta de credibilidad. En el colmo, le han mentado la madre. La gran pregunta sigue ahí: ¿para qué? Salvo que los hechos demuestren otra cosa, la respuesta es aún más desconcertante: para nada.