Se acercan fechas y momentos muy especiales en los que además de la comunión de ideas, intenciones, sentimientos o la renovación de nuevos sueños y esperanzas. Nos unen otro tipo de circunstancias, pero con un mismo objetivo en torno a alguna mesa, o al encuentro fortuito o determinado a pesar del ir y venir acelerado de cada día, o en la generación de buenos deseos, encaminados a la celebración de todo un suceso social, religioso y de unidad llamado comúnmente: ¡NAVIDAD!
Celebración de la que podría escribir muchísimo, sin embargo, hoy habré de encaminar mis ideas a una parte medular de esta fecha, un objeto del que todos estamos ansiosos por recibir antes o después de tal celebración: El presente, regalo u obsequio… al que me permitiré calificar como un acto humano inmerso en un mundo de real… irrealidad. Es el hecho del dar frente al recibir, del compartir frente al egoísmo, del yo frente a la bondad del nosotros. Y es que cuando damos algo y especialmente con amor, de alguna forma, y en una dimensión no física precisamente, sino energética, regalamos un poco o un mucho de lo que somos nosotros mismos. Y me quiero atrever a cuantificar o dimensionar, lo que es el obsequio, mismo que tendría un uno por ciento de sustancia física, y un noventa y nueve por ciento de espiritualidad, energía y aunque parezca increíble… magia.
Sabemos que hay múltiples fechas para dar o compartir algo. Pero especialmente en la época de navidad, un regalo implica alegría, generosidad, reconocimiento y agradecimiento por existir y darnos la oportunidad de sentirnos cerca, de pertenecernos y saber que contamos el uno con el otro. Abundo, es una manera de decirle a quien se le entrega: aquí me tienes, tal como soy, con mi personalidad, mis errores, mi fuerza, mi energía, mi existencia, mis egoísmos, pero con mi corazón y alma, que en ocasiones sufre porque no puede o no sabe cómo expresar lo que piensa, quiere o siente. Lo que hace que en esta época del año, el regalo se convierta en una especie de “confesión íntima”, para demostrar la dimensión de nuestro cariño y amor, sin necesidad de palabras, gestos y miradas, que muchas veces son diminutas al lado de lo que mucho que queremos decir.
Por eso, muchas veces los regalos más importantes, generosos, bellos, sentidos, y expresivos. Son aquellos que por encima parecen sencillos, inmersos en este mundo nebuloso que nos toca vivir, pero que representa a nuestra personalidad íntima, y que de manera reiterada ni siquiera nosotros mismos logramos determinar en suficiencia. Muchas veces somos sabedores que en familia un regalo no es un acto condicionado u obligado, sino un medio complementario de comunicación, el cual debe ser espontáneo y con un gran significado que nos represente y se encuentre por encima de ese amor permanente y fácilmente demostrable cada día.
A este maravilloso acto de desprendimiento, fabricante de ilusiones, confirmador de sueños y vivificador de emociones, yo lo ubico para ubicarnos como verdaderos seres humanos considerados, amados, recordado y siempre presentes en la vida de aquellos seres amados por nosotros y aún los no tan cercanos a uno. Y no como una sombra, un accidente del camino, o un ladrillo más en la pared.
Es por ello que un regalo, al ser una manifestación espiritual y mágica, adquiere mil más mil formas de expresión, sin que por ello alguna de estas adquiera un valor superior, pese a lo ostentoso o caro (hablando de un valor económico) que pueda ser. Porque el amor, la solidaridad, el sentimiento, el compartir emociones la solidaridad y la ternura con la que otorgamos ese presente. Es una acción físico-espiritual, simplemente imposible de asignarle una cuantía o un valor monetario, más allá del extraordinario e ilimitado deleite de amar y compartir.
Cuántas veces sin temor a equivocarme, nos ha pasado que les resulta más atractivo a nuestros hijos o cónyuge; una tarjeta, o un dulce con una frase tan simple como: Te Quiero, o Te Amo, o Eres lo Máximo, etcétera. Que un anillo de diamantes, un bolso, un pinta labios o cualquier otro objeto por muy del gusto que sea del que lo recibe. En la mayoría de los casos, es más que un regalo maravilloso para nuestros amigos el apretón firme de manos, la palabra sincera y sin prejuicios y el abrazo entusiasta y tierno a aquel convaleciente o pesaroso.
Por ello, en esta navidad que tanto es para nosotros, compartamos aquello que nazca de nuestro corazón. Dándole gracias al Supremo por darnos tanto: una familia, la capacidad de disfrutar, y la posibilidad permanente de compartir siempre. Ah y les comparto que descansarán de estas reflexiones. Pero amenazo con regresar con más energía en la tercera semana del próximo ciclo solar. Porque eso también es: Dar de sí, antes de pensar en sí.
Porelplacerdeservir@hotmail.com