La corrida de toros que se celebró el miércoles de la semana pasada en la Plaza México a propósito de la festividad guadalupana, dejó mucho de qué hablar a partir de los toros que fueron lidiados en el máximo coso taurino de nuestro país.

La crítica constante fue la misma que hemos visto desde hace ya varias temporadas taurinas en La Plaza México: la presencia y juego de los toros lidiados.

El encierro de ocho toros que se lidió el miércoles doce de diciembre en la arena de la monumental capitalina procedió de las casas ganaderas de Jaral de Peñas, Villa Carmela, Xajay, Teófilo Gómez, Barralva, y Santa Bárbara.

Basta con meterse a las redes sociales de la empresa de la Plaza México para darse cuenta de todos los comentarios que emitió la afición que acudió al festejo, y pocos fueron los que pudieron decir algo favorable.

Si acaso los buenos instantes que desarrolló el peruano Andrés Roca Rey ante un toro de Xajay pudieron salvar una maltrecha tarde en la que la falta de trapío y emotividad de los toros, le cobraron factura a una de las corridas más esperadas del calendario taurino mexicano.

El ruedo lució muy bonito como ya se ha venido acostumbrando en corridas de relumbrón como la guadalupana, pero eso contrasta seriamente con lo que vemos en la arena, un espectáculo que dista de ser llamado “la fiesta más grande”.

Además, un torero como Morante de la Puebla que, al parecer, cada vez cae más mal a la afición de esa plaza de toros capitalina y que, no obstante haber tenido tardes de extremo arte y pinturería, le han pesado más los yerros que los aciertos.

Mucho se advierte a propósito de una posible demolición de la plaza, o al menos una parte de ella. Lo cierto es que aún sin demoler ese coso, a veces pareciera que esta fiesta de toros que tanto emociona e ilusiona a muchos, se está cayendo a pedazos.

La corrida del doce de diciembre no fue otra cosa más que confirmar la máxima taurina que establece: corrida de expectación, corrida de decepción. Así fueron las cosas.

En fin, la empresa jamás ha salido a dar una explicación sobre lo que ocurre en cada tarde en las que se arma la bronca generalizada, no obstante que se advierten como justos promotores de una fiesta cada vez más devaluada.

Es cierto que hay que promover lo bueno de la fiesta, y sin duda tiene aspectos maravillosos que presumir, sin embargo, cuando los elementos son pocos como para defenderla con base en lo que observamos en una paupérrima tarde como la del miércoles guadalupano, qué argumentos tenemos para opinar a favor del espectáculo taurino.

Bien dicen algunos que pareciera que los antitaurinos están dentro de la misma fiesta. Otros han llegado al extremo de añorar al otrora empresario de la Plaza México, Rafael Herrerías, que de por sí tuvo sus críticas generalizadas en su paso por esa administración.

De nada servirán las marchas y manifestaciones como la ocurrida el martes 27 de noviembre, cuando cientos de taurinos se congregaron para defender la fiesta brava ante los embates de los grupos antitaurinos que buscan eliminar estos espectáculos en México.

Así como está la fiesta en nuestro país y con tardes como la del doce de diciembre en la que se supone es la plaza más importante no sólo de México, sino de América y una de las más trascendentes en el mundo, la fiesta pareciera estar condenada a reducir aún más sus prestaciones.

Informe altruista

A propósito de la Plaza México, días antes de la corrida guadalupana se llevó a cabo una rueda de prensa en la que, después de un año, se dieron detalles de lo que fue la corrida del mismo día pero del año 2017, cuando se organizó un festejo con causa, para apoyar a los damnificados del sismo de septiembre del año anterior.

De acuerdo con la información que se desprendió del informe, se supo que los recursos recabados tras esa corrida a beneficio permitieron construir 65 casas en Tlayacapan,Morelos en beneficio de 260 personas, acciones ejecutadas por el denominado Fideicomiso Fuerza México.

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