Escrito por: Willebaldo Herrera

Con afecto y respeto, para la doctora, María Esther González Tovar

Reconocido a nivel mundial como uno de los artistas plásticos más vanguardistas, siempre a la búsqueda experimental de nuevas concepciones técnicas y materiales que incidan en un cambio del mundo y su percepción, Federico Silva ha sido capaz de imaginar, planear, gestionar y aportar sus ideas más originales en torno a la cultura mexicana, fertilizando  sus proyectos desde sus raíces originarias mesoamericanas. Ejemplo, de ello, es la ciudad de Tlaxcala, en la que se ubican por doquier sus macizas, elegantes y proféticas piezas escultóricas, dando así una dimensión especial a su entorno citadino. El poder del arte que avasalla al poder burocrático que mal administra el origen, la memoria, la arquitectura y la vida de toda una ciudad.

Pongo varios ejemplos: la Piedra de Maíz, en el Trébol; el Obelisco, en el MAT; la escultura a la madre, plaza Juárez; la fuente y pendones de la UAT, que constituyen referentes obligados de nuestro paisaje visual cotidiano, y que por su claro mensaje estético proyectan un profundo respeto y discreto amor por nuestra ciudad capital, por medio de un vital acto creador permanente. Un transparente registro museográfico que incluye innumerables exposiciones pictóricas desde hace décadas.

Con todo este bagaje cultural, aportado desde la disciplina más rigurosa y la imaginación más desbordante, Federico Silva, ha construido una postutopía más allá del tiempo y el espacio, configurando de este modo otra ciudad, más ligera, catártica y más justa para todos sus habitantes. Lo que ningún otro artista -con la excepción del maestro Desiderio Hernández Xochitiotzin- ha hecho a favor de nuestro patrimonio cultural tangible, de sello tradicional y contemporáneo.

Y en ese largo recorrido, como pensador y teórico que ha abierto inéditos caminos a la dinámica cultural y la vida social, es válido recordar pues esas comunidades filosóficas que, por ejemplo, construidas por Osho en Oregón y Lanza del Vasto en California. Ciudades de convivencia pacífica y llenas de esperanza ante los avatares trágicos de la historia y la manipulación política del poder. Y no hay que ir tan lejos. Hoy, la Tlaxcala, revestida de íconos vigorosos, vista desde su perspectiva relevante y su imaginario de herencia indígena, puede ser asumida y vivenciada de otra forma sensorial, sin caer en el frenesí neurótico de la velocidad y la disolución líquida de las imágenes, impuestas por el capitalismo global.

El visionario creador, le ha dado con sus esculturas otra dimensión consolidada desde el pivote renovado del arte público. Una lectura procrastinada de la dimensión citadina. La filosofía de la lentitud en la apreciación visual, fenómeno cansino que tiene que ser valorado, pues el hombre en su afán de perfección ha fallado cayendo en la distopía, el reflejo sombrío de la utopía, vacía de sentido, agonizante, caótica, violenta e inhabitable como tal. La otra lectura del ambiente citadino a través de sus obras escultóricas, que detona por sí misma una conectividad colectiva con el patrimonio estético, más placentero y penetrante.

Sin perder de vista su fe y admiración por nuestro pasado indígena, Federico Silva ha aglutinado en su trabajo signos ancestrales y simbología moderna, con la concepción, diseño y talla que van más allá de una actualidad obsoleta, mecánica y decadente. La era digital capitalista, pues. En contra de la neomemoria del imperio norteamericano, que busca borrar y abolir toda conciencia histórica de identidad e idiosincrasia terrenales en México y Tlaxcala. Como antes lo hicieran los españoles en el continente americano.

Federico Silva ha sacado de su crepúsculo agonizante a la ciudad de Tlaxcala (sucia, llena de baches, insegura, desolada los fines de semana, etc.), la ha revitalizado con su trabajo semántico y estético, dotándola de una imagen per se, que vale más por sus latidos y sistema arterial escultóricos. Ciudad que se puede ver de otra manera, gracias a esa iconografía actuante en la visibilidad de propios y extraños. A tal grado, la ha potenciado tanto, que molesta que ni guías turísticos ni cronistas municipales la recorran y la expliquen al extranjero, ni se tome nota detallada de ella. Sin embargo, con o sin ellos, la obra pública de Federico Silva permea el imaginario colectivo todos los días, desde las entrañas mismas de la historia y la cultura, como ocurre con Cacaxtla o las pinturas rupestres de Atlihuetzía.

Por lo tanto, su obra enclavada por diversos rumbos de la ciudad, es un claro ejemplo, de lo que se puede lograr y conquistar a través de los sueños   y empeños de un artista universal, con décadas de residencia en nuestro estado. Mediante una ciudad plagada de sinergia novedosa, gravitando desde los cimientos firmes y poderosos de la metáfora renacentista: la creación de una Némesis a la altura de otras urbes de igual calado. Es la Tlaxcala Ideal de Federico Silva, pero también es propiedad tangible de todos aquellos que la habitamos.

Ni siquiera tengo que recordar el hecho puntual de que Federico Silva buscó y halló, lo que otros pioneros describieron con espíritu humanista sobre Tlaxcala: el Barón de Humboldt, en sus crónicas de viajes; Juan Jacobo Rousseau, en su ensayo político; Malcom Lowry, en su novela Bajo el volcán; Miguel León Portilla, en la poesía náhuatl regional; H. P. Lovecratf, en su relato de ciencia ficción; Octavio Paz, en su ensayo arqueológico;  en una larga cadena atada por el nudo simbólico, realista, costumbrista, imaginario, antropológico de la vida comunitaria antigua, es decir, el de la economía cultural creadora, expandida por el tiempo y la energía de lo sagrado. Que está representado como el distintivo mayor en las piezas de Federico Silva, y que ya forman parte de la fisiología arquitetócnica de la ciudad. Pues no hay que olvidar que la ciudad capital fue edificada por albañiles indígenas, mientras que los ariscos españoles y criollos migraban hacia Puebla, que también fue construida por artífices tlaxcaltecas, cuyos nombres han sido borrados de las crónicas y documentos históricos por sus amanuenses localistas.

Todo esto explica porque su portentoso legado artístico, fue honrado por el pueblo y gobierno de San Luis Potosí, hace algunos años, con la creación y apertura del Museo Federico Silva, localizado en el centro histórico de su capital. Una bella y amplia casona antigua destinada a exposiciones de escultores de talla mundial, con la característica principal de que es el único en su género en Latinoamérica.

Al que incluso, llegan grupos étnicos de san Luis Potosí y otros estados de la república, a rendir pleitesía ritual a la entrada del museo, pues identifican espiritual y psíquicamente a las esculturas del artista con la presencia mágica de sus dioses sagrados, elevando oraciones, llevando flores y música. La encargada de tez morena, de origen huachichil, se vuelve literalmente “loca”, cuando recibe a un tlaxcalteca en calidad de visitante, pues lo reconoce generosamente como su hermano de raza.

Pues, sin duda alguna, este es el fuerte impacto mitológico que las obras del maestro Silva, generan en el alma humana no obstante el paso atorrante de los siglos. Que refleja y revive, de modo imperioso, el retorno de un espacio teológico, como lo muestra todo su contenido museográfico original, que pende con su aura especial de un misterio atmosférico que  no se alcanza a explicar, pero que se siente sobre uno mismo.

Volviendo al punto inicial: la Ciudad de Tlaxcala se alza al horizonte promisorio de un pasado vivo y de una modernidad vibrante, gracias a los códigos brillantes de piedra, forma y acabado armónicos y bellos, concebidos por el espíritu abrasador y comprometido de Federico Silva.  Y que tiene su centro solar en la exfábrica “La Estrella”.

Una Tlaxcala mestiza que debería ser tomada en cuenta como la capital simbólica del universo Amerindio, en nuestros días aciagos y fatídicos, al lado de Tepecticpac. Como la protoutopia de combate a los canallas de hoy, esta utopía legítima y política de un gran creador nacionalista y cosmopolita, que ha fundido cultura indígena con el arte moderno (como lo hizo Picasso en su “Guernica”), desafiando la infamia destructiva de los nazis. Quiero decir, el arte también sirve para los tiempos de guerra como los que actualmente vivimos los ciudadanos mexicanos diariamente. Y Federico Silva, es un buen ejemplo de ello, en materia de arte público y urbanismo más noble.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here