Parastoo Anita Mesri Hashemi-Dilmaghani

Una institución propia de mucha importancia no sólo en la comunidad Nahua de San Felipe Cuauhtenco, perteneciente al municipio de Contla de Juan Cuamatzi, sino en toda la región donde está inserta, la de la Matlalcueyetzin, es la procesión. El señor Ramos Rosales Flores, integrante de la comunidad, la describió de la siguiente manera: “Es un motivo de reconocimiento, reafirmación y de reapropiación cíclica de un territorio físico, social y espiritual, esto en un sentido y en el otro, también de sentirse aún parte de un grupo social, religioso, cultural y más” (Entrevista con Ramos Rosales Flores, 13 de febrero de 2017).

Por su parte, Nazario Sánchez Mastranzo, investigador del Centro INAH Tlaxcala e integrante de la comunidad de San Pablo del Monte, formuló la siguiente definición de esta misma institución: “[E]s una marcha ritual de imágenes y de personas, pero en un escenario local, según normas prestablecidas y siguiendo un camino parabólico cuyos puntos de partida y llegada coinciden siempre o al menos resultan equivalentes. La procesión puede ser un rito de distinción, de apropiación o de celebración.” Es necesario analizar tal temática desde la cosmovisión y realidad propia del pueblo Nahua, que no concibe al mundo y a los sucesos como lineales sino como circulares o, un conjunto de espirales, ubicados en diferentes planos. Dentro de esta realidad, Sánchez Mastranzo afirmó: “Todo se reduce a describir un circulo que reconduce siempre al punto de partida, como si nada se hubiera movido realmente” (Sánchez 2004, 16-17).

El citado autor, junto con otros investigadores que se han dedicado a analizar el etnoterritorio de los pueblos Nahua y Otomí en la región, proponen “un modelo de construcción del territorio simbólico basándose en las rutas de peregrinación-procesión y en la percepción heterogénea del paisaje”. Argumentan que en la construcción y demarcación del mismo, las procesiones y las peregrinaciones juegan un papel fundamental, pues “las personas participantes en las procesiones y las peregrinaciones crean, mediante un acuerdo tácito, un territorio simbólico que se reactiva durante la celebración de los rituales y ceremoniales, y se delimita colocando marcas en las fronteras y en determinados lugares del interior” (Guevara 2004, 166, 168). Es decir, describen a las procesiones como “marcadores del territorio” y “de aquél que sirve como identificador entre los individuos de una comunidad” (Sánchez 2004, 16).

En esta línea de ideas, se percibe que “[u]na vez delimitado el territorio simbólico,” mediante la procesión (y también la peregrinación), las comunidades Nahuas tlaxcaltecas desarrollan una ritualidad en la que las marcas con que cualificaron su espacio conforman una visión del territorio sustentada en el pueblo y la montaña como dos arquetipos que se corresponden, y que se hallan rodeados de lugares benéficos y lugares peligrosos donde moran y son dueños determinados entes. A esto se denomina un paisaje ritual dentro de un territorio simbólico (Guevara 2004, 166).

En este sentido, “se marca un territorio propio y se distingue de otro que es de los otros…mediante las peregrinaciones y las procesiones.” Es decir, las procesiones tienen, entre otros fines, el de marcar o delimitar la parte del etnoterritorio que pertenece a una comunidad en particular a través de lo simbólico y lo ritual. Por ende, cuando las autoridades de una comunidad participan en las procesiones de otras poblaciones, reconocen y reafirman las fronteras o linderos que los dividen (Guevara 2004, 168). En otras palabras:

Este hecho se ve claramente al analizar las “visitas” que hace el cabildo eclesiástico de Cuauhtenco a comunidades aliadas, durante las cuales participan solemnemente en las procesiones que se realizan en su territorio. Es una forma de acompañarlos año tras año en la reafirmación político-social de su territorio y sus autoridades, bajo la mirada vigilante y protectora de sus respectivos santos patronos (que cada autoridad lleva cargando) y de la misma Matlalcueyetzin, quien domina todo el paisaje ritual y cultural de la zona.

También se aprecia dentro de la misma comunidad cuando, durante la fiesta de su santo patrono, San Felipe de Jesús, la procesión que recorre toda la comunidad “se lleva acabo con la participación de otras comunidades. El peso simbólico es mayor si es un acto que incluye a otros ajenos” (Entrevista con Ramos

Rosales Flores, 13 de febrero de 2017). De ahí la importancia de las visitas recíprocas, pues aunque es una gran carga acompañar a un número considerable de comunidades durante sus festividades y ritos, la cofradía de Cuauhtenco lo hace con determinación y se le da una gran importancia, a sabiendas que así, las mismas comunidades también los acompañarán durante sus rituales.

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