El estado de Tlaxcala no es ajeno a la crisis migratoria que se vive a nivel nacional, principalmente de aquella que proviene de la frontera sur en donde miles de centroamericanos han observado no sólo a Estados Unidos como una posibilidad de progreso, sino también ven en México una opción para asentarse de forma segura.

En lo que va del año, las historias que ha recibido el albergue para migrantes La Sagrada Familia en el municipio de Apizaco son diversas, la mayoría corresponden a jóvenes y hombres que deciden emigrar en la búsqueda de mejorar las condiciones de vida de su familia.

Sin embargo, hay otros que lo hacen a consecuencia de que los altos índices delictivos en sus países de origen son cada vez más insoportables.

La tendencia migratoria ha alcanzado progresivamente no únicamente a hombres, sino ahora también a mujeres de cualquier edad, y que en la mayoría de los casos, llegan acompañadas de sus hijos.

Cruda realidad para las mujeres migrantes

El Periódico Síntesis charló con dos mujeres hondureñas que llegaron a Apizaco el pasado lunes y quienes buscan llegar a la frontera norte con Estados Unidos.

María N. de 39 años de edad es una mujer que cuenta con la fortuna de viajar acompañada de su esposo y su hijo. Originaria de Honduras, dejó su país natal debido a que las condiciones de violencia mantenían azorado a su pequeño núcleo familiar.

“Tengo problemas en mi país, estamos amenazados por un hombre que mató a uno de mis hijos que tenía quince años. Las autoridades no hicieron nada y vivíamos amenazados incluso con la vida de mi otro hijo con el que actualmente viajo”.

Junto con su esposo e hijo, María formaba parte de una caravana de 7 mil migrantes que salieron de la frontera sur desde Chiapas, con el objetivo de llegar al norte mexicano y ahí buscar la posibilidad de cruzar a los Estados Unidos.

No obstante, a lo largo del camino ha tenido que soportar de las inclemencias climáticas, agresiones de las autoridades, hambre y también miedo.

“Algunas veces ya he pensado en entregarme porque no traemos dinero ni para comida. Hemos caminado bastante de día y de noche; para llegar aquí tuvimos que abordar el tren durante dos días porque la caravana se dispersó, muchos llegaron a la frontera y a otros los agarró migración”.

Al igual que miles de migrantes centroamericanos, la expectativa de ayuda que María tuvo en las nuevas autoridades federales mexicanas, fue completamente distinta a la que ha observado en la realidad.

Las vejaciones de las que han sido víctimas han lastimado su sueño de llegar tranquilamente al norte, pero la ilusión no reduce sus intenciones de llegar, cuando menos, a la ciudad de Monterrey y ahí establecerse.

“Tengo miedo pero uno viene por motivos de que no llevamos dinero, tenemos que abordar el tren porque si uno viaja en bus (sic) migración nos baja. Yo tengo bastante miedo de viajar en tren además porque a mi hijo lo estoy arriesgando”.

 

El caso de Areli N. no es distinto. Ella es una madre soltera quien a sus 29 años de edad, ya tiene que ver por cuatro hijos de doce, nueve, siete y dos años.

Sus amplias necesidades la obligaron a viajar únicamente con su pequeña hija de dos años, tal vez la más vulnerable, mientras que a sus otros tres hijos los dejó en su natal Honduras con una hermana, también madre soltera.

Ella se dedicaba a las ventas antes de tomar la decisión de emigrar, sin embargo, la falta de condiciones para desarrollar sus actividades, la violencia y la manutención de sus cuatro hijos, la obligaron a dejar su país de origen.

“En Honduras hay mucha inseguridad, mucha delincuencia, y si no hay empleo cómo le voy a llevar de comer a mis hijos, yo hacía ventas porque buscaba empleo, metía papeles pero ni aun siendo preparado consigues trabajo”.

Desde hace un mes que Areli con su niña de dos año salió de Honduras con la intención de llegar a Estados Unidos para poder mandar dinero a sus hijos en casa.

“He pasado de todo, hambre, sed, frío, muchas cosas se pasan por el camino, en algunas ocasiones nos apoyan, en otras nos discriminan y ni un vaso de agua nos regalan”.

A lo largo del camino hasta llegar al albergue en la ciudad de Apizaco, Areli conoció en el tren a otros migrantes que, como ella, anhelan llegar al norte del país para mejorar sus condiciones de vida.

“Yo venía sola, me sentía insegura por tanto peligro en el camino pero he conocido a ellos aquí en el tren; me han apoyado bastante con mi hija para darle de comer y cuidarla cuando vamos viajando. Uno siempre sale con la cobertura de Dios porque en el camino puede pasar de todo”.

María y Areli solo descansarían unas horas en el albergue para migrantes en Apizaco, para nuevamente emprender su odisea a bordo del ferrocarril, en un destino que hasta ellas mismas desconocen.

 

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