En estas épocas de lo políticamente correcto y de llamados a la inclusión y la tolerancia, ¡qué sano resulta que alguien diga lo política, social, cultural y sexualmente incorrecto! Que los personajes sin brillo y sin trascendencia se preocupen por decir lo correcto, ya que los encumbrados pueden decir lo que les dé la gana. O como dijo el entonces presidente Vicente Fox: “yo ya puedo decir cualquier tontería, total, yo ya me voy”.

La declaración del popular Chente al programa Primera mano, de la cadena Imagen Televisión, merece las proverbiales “letras de oro”, aunque sea una revelación de algo ocurrido en 2012: «estando en Houston me hallaron una bolita en las vías biliares y era cáncer”. Con esa suerte que tienen los charros y los millonarios, encontraron para él un donante en apenas dos días. Pero, «cuando me lo dijeron (que había un donante) interrumpí la gira. Me quisieron poner el hígado de otro cabrón y dije: ‘no amigo, yo no me voy a ir a dormir con mi mujer con el órgano de otro güey, ni sé si era homosexual o drogadicto».

¿Cómo esperar otra reacción, otra respuesta, del único macho químicamente puro que queda al final de la segunda década del siglo XXI? Macho como el mejor, el que puede gritar su amor tequila en pecho y llorar como los meros machos, como en esa gustada canción: “y siempre me dejaron las mujeres/llorando y con el alma hecha pedazos”. Y aunque él es obviamente alérgico a las joterías, no es inmune al terrible virus de la homosexualidad. ¿Qué haríamos si el Charro de Huentitán se volviera gay o drogadicto por aceptar un órgano contaminado?

Machito chillón, que distingue indubitablemente el llanto de los niños, el de los maricas y el de los meros machos: “pero el llanto cubrió mis pupilas y lloré como lloran los hombres”. Hombría lacrimógena, que se victimiza por culpa, claro, de las benditas mujeres: “mucho olvido, dolor y traiciones y en mis ojos el llanto sincero”.

Esa hombría que sólo se obtiene en la cantina: “Y un día me gritaste / ‘Me gustan los hombres / me aburren los niños’ / y ai’ te voy a quebrar mi destino / y en una cantina / cambie mis canicas / por copas de vino”.

Ser macho o morir. Las convicciones, ante todo. Los testigos de Jehová que pueden morir sin una transfusión sanguínea que les arrebataría la gloria, las mujeres que cantan gozosas “antes muerta que sencilla” y los charros venidos a actores que prefieren la muerte antes que la homosexualidad, son ejemplos a seguir. O por lo menos lo eran en los años setentas del siglo pasado.

Fósil viviente, Chente Fernández merece un lugar en el mejor de los museos del atavismo. O crearle el Museo Arqueológico del Prejuicio. Tendrá la forma de una inmensa rocola donde estarán prohibidas las canciones de Juanga y de otros de quienes se sospeche que poseen órganos de dudosa sexualidad.

 

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