Escrito por: Gabriel Sánchez Díaz

Un extraño optimismo se apodero de la élite priista y los otrora habitantes de Los Pinos. Su ciego optimismo fue tal que no les permitió visualizar que se trataría de su último sexenio en el poder más no en el gobierno. Su óptica de gobierno jamás existió, lo que en su lugar se gestó fue una oportunidad más para transitar hacia una hegemonía política que jamás cristalizaría ni generaría las condiciones para seguir “repitiendo”. Y sí que se lo tomaron en serio. Pues su percepción de hegemonía política la aplicaron literalmente y con suma determinación, es decir, ejercieron la supremacía del poder estatal contra ese ente abstracto denominado pueblo. Precisamente, como el sector gobernado o pueblo es un este abstracto, no experimentaron pudor ni humildad algunos para ver un poco más allá y descubrir que su escenario era el principio del fin.

Se comprende la mentira de estos sujetos cuando se tiene una visión de “lucha del poder por el poder”. Pero, ser mentirosos consigo mismos es no solo retroceder, sino, comprometer la limitada aceptabilidad social que tenían para seguir especulando con su muy particular noción del tiempo. Noción que les jugo un falso espejismo: Seis años más serían suficientes para “capitalizar su trabajo público”, no en favor del partido y menos del pueblo, sino, de esas burbujas políticas antes llamadas de línea dura inspiradas durante su enquistamiento en el poder. De esa aristocracia de élite reproducida por más de 70 años y un prestigio político internacional que pomposamente los mantuvo comiendo durante la “dictadura perfecta”.

Para estos magnates de la política, no existe la ciudadanía libre y consiente, los electores (como para la mayoría de los partidos políticos) son fríos números que han de maldecir si pierden y burlar si ganan. De nada les sirvió las amargas experiencias de sus antecesores para aprender la lección, pensaron en la impunidad, corrupción y el crimen como en una “lámpara de inagotable aceite”. Más auto condescendencia no caben: Ahora, los autores de México S A, se torturan pensando ¿Que les fallo?, ¿Dónde estuvo el error? Tanto tiempo en las “grandes ligas” que olvidaron como es el verdadero México de “carne y hueso”, el México del patio trasero, el de a pie. La algarabía entonces oficial, estaba muy ancha y las puestas de palacio nacional le quedaban chicas. Pero, el gusto no les duro y sus gritos y vivas desaparecieron al unísono, como féretros.

Se engañaron con basta anticipación al concluir que sus contrincantes serían los albiazules y no el minimizado (solo por ellos) candidato presidencial de Morena. Sin embargo, no quisieron observar ni escuchar, (solo ver y oír) e insistieron en su logística de grandes escenarios, sofisticados banquetes, la ultranza y un larguísimo etcétera. Más temprano que tarde su status les obsequio contundentes golpes y un aturdimiento que los sigue orillando a preguntarse reiteradamente: ¿Dónde está el pueblo que antes estaba con nosotros? Si claro, nunca antes el PRI experimento tal repudio entre sus propios militantes. Por millones, estos finalmente fueron razonables y cambiaron, por que cambiar de ideas es de gente y no de números, cambiar de ideas es de gente inteligente y sabia, de electores que saben lo que quieren, buscan y esperan encontrar. La masa electoral abriga grandes esperanzas de un cambio y transformación reales, profundos y radicales.

Un PRI “renovado” jamás será posible, es un terrible e innecesario engaño, una despiadada mentira así mismos. El despilfarro oficial parecía no tener límite. La ecuación dinero público-mercadotecnia gubernamental tampoco. Ante este tipo de eventos es conveniente advertir que estas sucias acciones debieron advertirles que estaban bajo la lupa ciudadana, en el telón de fondo de la peor derrota nunca imaginada, menos soñada, quizá una pesadilla incierta para los que no desean ver su realidad. Es de políticos sabios reconocer que la extinción es inminente. A estas alturas resulta reiterativa y hasta necia la idea de recordar el ya viejo e inobjetable ejemplo sobre la pulverización del PAN, de esos amafiados y escurridizos albiazules que pregonaron por más de treinta años que Baja California era suyo. Si, efectuivamente lo fue, en tiempo pasado. Y como otros, también se la tomaron muy en serio.

Los mal llamados albiazules, tuvieron tiempo suficiente para cimentar una estructura de poder y una aristocracia local de “sangre azul” que en el anterior pasado proceso electoral mordió el polvo al quedarse en ceros. Estos, deben prepararse para ser gobernados como ciudadanos comunes, sin simulaciones. No olviden todos que las mentiras tienen caducidad. Gobernar con declaraciones, imágenes y videos, siempre ha sido una mala elección que la ciudadanía descubrió y vivió hasta el hartazgo. Y, desde luego, no se escapan los falsos y “verdaderos” morenistas. Si Martí Batres sigue cambiando su traje dominguero por esmoquin de gala, no está digiriendo la llamada cuarta transformación y menos está entendiendo el estado laico después del festival en honor de su amigo el líder de La Luz del Mundo. Cuanta incongruencia con el senador y sus amigos diputados en esta incipiente y joven democracia mexicana.

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