El 22 de abril de 1519 Hernán Cortés llegó a las costas veracruzanas y meses después conquistó con base en la traición y el fuego al pueblo mexica, pueblo que a su vez sojuzgaba a los otros pueblos mesoamericanos. Hoy, en una época poshistórica y decolonial resulta imposible creer las epopeyas autobiográficas narradas por Cortés en sus “Cartas de relación” o los escritos que hizo su acompañante Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. A 500 años de ese encontronazo gandalla y gracias a la revisión minuciosa a esos y otros documentos, comienza a transformarse las maneras de articular y contar esa historia. Ahora se sabe por ejemplo que los animales traídos por los españoles en un principio fueron saludables para la naturaleza de América, aunque muy pronto y sin orden en su crecimiento comenzó el impacto ambiental. En el segundo viaje que realizó Colón al continente se contabilizaron 48 millones de caballos.

En cuanto a las enfermedades también se tienen datos más concretos. Se sabe que la viruela mató a cientos de miles de los pueblos mesoamericanos, siendo este otro factor de la derrota indígena, pero también se tiene como un dato seguro que la sífilis se originó en América antes de la llegada de los ibéricos.

Por otro lado y algo que ahora se ha cuestionado con frecuencia, es el concepto de identidad basado en el mestizaje que comenzó a articularse con Francisco Xavier Clavijero y los primeros nacionalistas antes de la independencia y se consolidó con José Vasconcelos después de la revolución mexicana.

El plan de este proyecto consistió en borrar poco a poco la sangre indígena impulsando la desindianización camuflada por mestizaje y en la que ciertamente se desapareció la raíz negra, que fue esclava y herramienta importante para el desarrollo de la producción y la economía de la Nueva España y de lo que hoy llamamos capitalismo. Este plan de la desindianización sigue vigente en frases como: “que se te quite lo indio” o “hay que mejorar la raza”.

Así mismo y a tanto años del inicio de la mexicanidad cabría preguntarnos: ¿cuáles son las ciudades que habitamos?, ¿aquellas que sirvieron de refugio y grandeza a los mexicas, otomís o totonacas? Difícil sería hablar de aquellos lugares donde se exterminó a la población y se quemaron y destruyeron las casas y los templos, pues ahí se borró casi por completo ciudades y cultura. Después de la conquista la transformación de los caminos y la ubicación de las ciudades estaban ligadas a las conveniencias y prácticas mercantiles que tenían las formas de vida occidental. Al español no le importaba la naturaleza o las culturas de América, quería hacerse rico sobre cualquier circunstancia y por eso los poblados se bajaron de los cerros para hacer los traslados de las cargas con productos europeos más sencillos y/o para explotar las minas. Pero no solo se transformaron los caminos y la ubicación de las ciudades, también la cosmogonía, los conceptos, los símbolos y las prácticas religiosas. Las tradiciones actuales son sincretismos de ambas formas de ver el mundo.

Es por tanto importante reflexionar y ahondar, aún 500 años después, sobre ese momento en el que se inició muchos de los problemas que hoy nos aquejan: la desigualdad de clases, la pobreza de grandes sectores de la sociedad, la riqueza concentrada en las manos de algunos cuantos, el desastre y explotación ambiental, el racismo, el clasismo, la discriminación. Observar esos días convulsos y sufridos quizás pueda servirnos para encontrar muchas de las respuestas que hoy necesitamos y que solo con la comprensión de la historia podremos dilucidar. 

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