Luis Manuel Vázquez Morales
Poco a poco se van acercando los tiempos de cambio. Tiempo en el que se estarán gestando una serie de procesos que desembocarán en la elección de diferentes autoridades, entre ellos, el gobernador del estado. Sea cual sea el procedimiento, el contenido y la forma, los representantes de todos los ámbitos de gobierno iniciarán sus campañas con la intención de cumplir con el compromiso social. La labor será ardua, por lo que muchos de los elegidos deberán hacer su mejor esfuerzo en beneficio de la sociedad.
Sirvan estas palabras de preámbulo para mencionar una de las conmemoraciones más importantes y significativas de los antiguos mexicanos. En la elección de un Tlatoani se combinaban una serie de elementos religiosos y políticos. Para tal fin se elegía a un sacerdote en representación de los dioses para comunicar sus designios y elegir prudentemente al Tlatoani. El sacerdote debía contar con ciertas habilidades propias de su cargo. Las fuentes para conocer los procedimientos en la elección de un Tlatoani son los Huehuetlahtolli o testimonios de la antigua palabra, compilados y traducidos al castellano por los frailes franciscanos durante el siglo XVI.
En los huehuetlahtolli se registran una serie de arengas que decían a los elegidos con la intención de hacerles saber cuál era su función. Para tener una idea de lo que se decía a los gobernantes recién elegidos, se presenta un fragmento que se encuentra en una obra histórica en lengua náhuatl y traducida al castellano. En ella se dice: “Habéis llegado al señorío, os habéis acercado a la nobleza”, en esta frase se hace alusión a la importancia de la posición que ocupan. Más adelante “que no os embriaguen, que no os hagan orgullosos, con mansedumbre responded porque es lugar de vecinos, lugar del pueblo… En ninguna parte ocasionéis disputas entre los señores, entre los de linaje, no arruinéis la estera, el sitial”. Con estas palabras lo que solicitan al recién elegido es no arruinar al gobierno ni al pueblo, del cual es protector.
Como representante de Quetzalcóatl u otro dios, el sacerdote debía saber hablar y actuar con mucha cautela, ya que, por el hecho de haber sido el elegido, se consideraba como el ejecutor de los juicios divinos. Por tanto, en la elección de un Tlatoani, se le recuerda que fue electo por designio de los dioses, que, así como se le eligió a él, bien pudo haberse escogido a otro de los muchos que tienen la habilidad para gobernar. Por otro lado, se le recuerda que “estás aquí gracias a que nosotros, tus iguales, te elevamos y te sostenemos”.
Durante el proceso de selección se congregaban los hombres más venerables, los ancianos, los viejos guerreros y los sacerdotes, todos se reunían en los aposentos más importantes del señorío.
Las características del gobernante eran muy estrictas. Por un lado, se escogía a uno de los varones más nobles cuya descendencia fuera en línea directa de antepasados importantes. Sus virtudes debían comprender una serie de habilidades en el ejercicio de la guerra, es decir, osado y valiente. Otro aspecto fundamental era que no debía beber, con la finalidad de ser prudente y sabio. Así mismo, el haber sido criado en el Calmécac le llevaría a saber hablar, para que fuese entendido, recatado y amoroso.
Siguiendo con las virtudes, debía ser madrugador, no hacer beneficios por amistad ni mucho menos por parentesco, no ser rencoroso ni juzgar por pago. Con lo anterior, el elegido debía cumplir rectamente con su oficio a buen juicio; si no cumplía con estos requerimientos era condenado a muerte.
Una vez que se daba la elección el elegido se excusaba por no sentirse merecedor de tal honor, argumentaba que otros personajes eran dignos del cargo, en cuyo destino se encontraba ser Tlatoani desde su nacimiento. Más adelante, le argumentan que lo sabe y debe ser consciente, que solo uno es el Tlatoani, “el corazón de la ciudad”. De la misma manera se exalta la naturaleza divina del Tlatoani y su tarea que consiste en el gran esfuerzo de gobernar.
En palabras de Josefina García Quintana “El pueblo existe gracias al señor, sin él es un pueblo incapaz de hablar, imposibilitado para entender; y, sobre todo, dependiente de la comunicación estrictamente restringida entre dios y el Tlatoani. Para la existencia del pueblo y de sus medios, para vivir se necesita la expresión de los designios de dios y éste no habla sino a través del Tlatoani”.
Por otra parte, es importante tener en cuenta que el pueblo elige a su gobernante, que, como cualquier hombre, “está en peligro de enfermar, de caer en pecado, de hacer mal las cosas, de que lo someta otro, de que su ciudad sea conquistada, de que dios le envíe la hambruna y no sepa qué hacer para preservar al pueblo de la destrucción”. Por consiguiente, al mismo tiempo se dirá al tlatoani que sea enérgico, que no permita insubordinaciones, que ponga a cada uno en el lugar que le corresponde, y que sea virtuoso, humilde, piadoso y clemente. El gobernante tiene una responsabilidad social con el pueblo.
Desde una perspectiva actual, definir la democracia no es nada fácil, ya que se usa en largos discursos políticos tomando los matices de quien lo pronuncia. La ideología imperante marca el devenir del concepto para adecuarlo a las necesidades del grupo en el poder.
En este sentido, y de acuerdo con las acepciones del término, la democracia adquiere un carácter político cuando se habla sobre la igualdad jurídico-política; el social se apoya sobre la igualdad entre la población y la económica que busca la igualdad y pugna por la eliminación de los extremos de pobreza y la riqueza para perseguir el bienestar generalizado. En consecuencia, aquel que aspire a ocupar un cargo de tal magnitud, debe buscar un equilibrio en beneficio de la sociedad.
Una vez dicho lo anterior, es importante que ejemplos como los que se usaban en el México antiguo sirvan de referencia para elegir a los que deben gobernar. El gobernante debe consolidar el compromiso social para recuperar la credibilidad en su figura y sus acciones. Hacer una buena elección hará la diferencia.
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