Luis Manuel Vázquez Morales

Alrededor de las once del día, después de una ardua mañana de siembra de maíz, la abuela rebosante se acercaba a la barranca; cargaba una canasta con carne de puerco en chile verde, frijoles y nopalitos asados, acompañados de tamales de frijol, gordas recién sacadas del comal, aguacates y chiles manzanos, una jarra repleta de pulque fresco y un bote con leche de la Pinta, la vaca favorita de la abuela. Llegaba al lugar donde se encontraba el terreno que arrendaba con una hermana el papá de Gabriel, niño de entre nueve y diez años, que ansiosamente esperaba el arribo de doña Jacinta, que al verla corrió hasta el último surco para avisarle a su padre la hora del almuerzo…

-Papá, papá – llegó gritando muy sofocado- ya llegó mi Abue con el almuerzo.

Simón sin siquiera voltear a ver a su hijo, suspiró satisfactoriamente, pues desde las cinco de la mañana se encontraban en aquel lugar con el objetivo de acabar temprano y aprovechar el tiempo, volteó al cielo y preguntó a Gabriel qué era lo que almorzarían.

-Qué nos mandó tu madre.

-No lo sé, pero a juzgar por el olor de la mañana, me imaginó que la carnita de ayer y frijoles con epazote, tortillas, el pulque que tanto le gusta, chiles, aguacates y quizá un poco de leche que le haya quedado a mi Abue de la venta.

-Qué bueno porque tengo un hambre, mira, pásame al ayate para recoger estos hongos, se los llevaré a tu madre para que los haga con un cacho de carne de puerco.

-Sí, pero ya vámonos, porque ya quiero tomar leche de la Pinta.

Mientras caminan hacia el lugar donde se encontraba doña Jacinta, que ya se había acomodado en un tronco y había servido los platos, conozcamos a este niño tan vivaracho que arduamente ayuda a su padre.

Primero de cuatro hijos, se encontraba cursando el cuarto grado de la escuela. Muy despierto para su edad, era el mejor de la clase de la maestra María; tenía la experiencia de haber cursado los primeros años en una escuela de la ciudad de México, tanto que no le fue difícil acoplarse a su nueva escuela en la Loma de Acuitlapilco, ranchería del municipio de Coatepec Harinas, en el Estado de México. En los primeros días se escapó de su clase para pasarse a la otra, en donde enseñaban cosas nuevas y no escuchaba repetidas veces lo que él ya sabía y empezaba a reafirmar. Le venía la desilusión cuando su maestra lo encontraba y lo llevaba de nuevo con sus compañeros. Lo que más le gustaba era hojear su libro de historia, que, al abrirlo, lo que más le impacto fue ver un mapa del país con la denominación de Nueva España, de inmediato corrió en busca de su maestra para interrogarle y saber más sobre aquel descubrimiento. La maestra le explicó que hacía más de veinte años el país había dejado de ser una colonia de España; que el país había sufrido ciertas turbulencias políticas como el derrocamiento del general Guerrero, la penosa perdida de Texas y la popular Guerra de los pasteles con Francia; ahora precisamente se discutía sobre qué forma de gobierno adoptar. Como pudo y con lo que tuvo a su alcance logró investigar más sobre el pasado de su pueblo y su país.

Se enteró de que los pueblos de la región eran otomís y matlatzincas, algunas veces casi olvidados por la Federación. Durante la época prehispánica fueron tributarios de los mexicanos y que después del enfrentamiento con los purépechas de Michoacán, fueron establecidos en la frontera entre ambos pueblos para evitar cualquier ataque.

Lo que hasta el momento había encontrado se lo contaba a su padre, quién admirado por la sagacidad de su hijo, lo abrazó, dando gracias a Dios por haberle dado un hijo muy interesado en el estudio; en eso estaba cuando un grito de su madre lo despertó apurándole a llegar.

-Ándale Simón que las gordas se enfrían.

-Sí má, ya nos sirvió.

-Sí, dile al Gabi que se traiga los jarros.

-Ya los llevo Abue.

Mientras comían, Simón platicaba con su madre sobre lo orgulloso que estaba de su hijo; éste más interesado en comer, que en la conversación de los adultos, pues sabía que no podía tomar parte, levantó la mirada para recorrer la barranca hasta el río y llevarla hasta la mitad del otro sendero, de repente se quedó mirando fijamente a un punto donde se encontraba un viejo árbol muy grande, en donde vio jugando a dos personajes pequeños con sombreros en forma de cono, que al darse cuenta de que los miraba le hacían señas llamándole a jugar con ellos, de inmediato llamó a su padre y a su abuela para decirle lo que estaba viendo, ambos, no le creyeron, pues no lograron ver nada en el punto que él les señalaba; le dijeron que si bien era cierto lo que les decía, solo los niños pueden ver a los duendes, por ende éstos sólo se comunican con ellos.

No muy conforme con lo que había escuchado dejó pasar el resto del día hasta que llegó a su casa; fue corriendo con la abuela de su padre para contarle lo sucedido, después de escucharle atentamente, la señora le contestó.

-No te preocupes, tu primo Javier jugó canicas con ellos, son unos personajes buenos con los niños, en cambio, a los borrachos les invitan más alcohol, se los llevan y los arrojan a los zarzales, tú ¡no les tengas miedo!

Como se encontraba de vacaciones, siguió ayudando a su padre en las labores del campo, tanto que llegó a tener un pizcador propio para la temporada de la cosecha del maíz. Se sentía tan orgulloso de tener una herramienta propia, pero no dejó de pensar en los duendes de la barranca, tanto, que no dejó de frecuentar la siembra con la esperanza de volver a ver a aquellos personajes, cosa que jamás volvió a ocurrir. Sólo se consolaba con la leyenda de la llorona que su padre le contaba y con las historias que sobre estos personajes se contaban por aquellas partes alejadas de la capital del país.

Después de probar suerte en las labores del campo, la familia decidió mudarse a la capital buscando mejor suerte, mejores oportunidades de vida y educativas para el pequeño Gabriel y sus hermanos. El momento no era del todo bueno, los conflictos con el vecino país del norte eran cada vez irreconciliables, no dejando otra vía que el enfrentamiento armado.

Gabriel ingresó al Colegio de San Juan de Letrán para culminar sus estudios que habían quedado truncos por el repentino viaje a la ciudad. Tenía la esperanza de ingresar al Colegio Militar, lugar al que quedó adscrito después de presentar las pruebas correspondientes. Su padre que tenía conocimientos de la construcción no tardó en encontrar acomodo dentro del ramo; su madre montó un pequeño negocio de alimentos cerca de la plaza mayor de la ciudad.

Esta familia, como muchas otras, poco informadas de la situación del país, sólo se interesaba por buscar el sustento para sus hijos. La madre de Gabriel, que regresaba a la capital, pues ella era oriunda de la región de Xochimilco, al encontrarse cerca de la plaza escuchaba los rumores que sobre la invasión norteamericana se decían, a tal grado que un día llegó a su casa buscando a su esposo.

-Simón, Simón, dónde estás, anda que no me cabe el corazón de la desesperación.

-Qué pasa Lola, con esos gritos te pareces a la llorona.

-Es que doña Panchita, la que es criada en el Palacio.

-Ah, es eso, qué fue lo que te contó ahora esa vieja chismosa.

-No espérate.

-Nada de espérate, ya te dije que, si sigues de argüendera con esa señora, te las verías conmigo.

Dolores como pudo logró calmar el enojo de su esposo y le contó sobre el avance de las tropas norteamericanas, que desde el norte venía un tal Sacarias Tilor y que por Veracruz entraba otro llamado Guinfil Escot. La preocupación se notó en el rostro de Simón, que no pudo ocultarla. Lo que le contó después su mujer termino por hundirlo en la desesperación.

-Y lo pior sabes qué es.

-Qué, no me digas que por Acapulco viene otro de nombre raro.

-Deja de eso, no, lo que pasa es que para la defensa de la ciudad sacarán a Gabriel y a sus compañeros del colegio, imagínate si le pasa algo a nuestro hijo, como según me dijeron, no hay tropas para la defensa de la ciudad.

-Calma mujer, por cierto, quién está ahora de presidente.

-Ese don Antonio y le acompaña don Valentín, por eso no hay que preocuparnos.

-Cómo de que no. Qué no te acuerdas de lo que dicen. Qué por culpa de ese tal Santa Anna se perdió Texas; en cambio, se dice quel señor Gómez Farías sería mejor presidente, pero no lo han dejado.

luis_clio@hotmail.com

@LuisVazquezCar

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