Pablo Eliseo R. Altamirano

Ganar, en su aparente inocencia incuba la catástrofe. Este concepto, no tiene la fuerza para voltear y ver, como lo hace el “Ángel de la Historia” (Agelus Novus [Klee:1920]) interpretado por Walter Benjamin, que contempla la estela de ruinas esparcidas a su paso e impotente para despertar a los muertos y recomponer lo destrozado, mira y sufre la pena de su marcha, rebasado por su propio ímpetu se enreda en la tempestad de sus deseos de progreso, de <<ganar>> y es arrojado a seguir acumulando ruinas. Por el contrario, el ganar no mira hacia atrás.

Sobre la decadencia está inscrito el destino que crece y hiede desde lo profundo del ganar, así como –volviendo a Benjamin– “no hay documento de la cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”, tampoco es posible ganar sin que se dé la contraparte. Los extensos rastrojos donde abunda la miseria entre sofocados ripios de bondad, son cosecha de los ganadores.

El ganar no tiene la virtud de avergonzarse, le falta coraje para sentir pena, prefiere ahogar su cobardía en la jactancia y el estrépito venido de la felicidad y el orgullo. Un paso allende la felicidad dado desde el ganar, un paso hacia cualquier punto fuera de su radio, inicia el inventario de las pérdidas y de los perdidos, de los desplazados, de los estropeados, de los olvidados. Aunque el ganador prefiere no ocuparse en voltear la moneda ni distraerse en contar la viruta que lleva a espaldas; no soportaría mirarse, cual Dorian Gray cuyo retrato del encanto es horrible.

Para el ganador es más cómodo ignorar el hecho de que él es la base del listado borroneado en cuadernos perdidos de la tragedia en la que ha caído el mundo, del apilamiento de yerros que reblandecen el suelo de la sensatez y abren abismos. El cero del cómputo de los desechos lo ocupa el ganar, y aunque podría pensarse que el cero no cuenta en la enumeración de los daños, lo cierto es que sin cero no habría uno ni más; la secuencia y acumulación no tendría de donde sostenerse.

Ganar es el centro de gravedad del sistema de sombras llamado modernidad, en todas sus expresiones; dígase ilustración, capitalismo, neoliberalismo… La idea de ganar rige el orden de la vida cotidiana. Desde ahí se imagina, actúa, “piensa”. Desde ahí se aprende a desear, querer, sentir, sufrir, gozar, vivir. En torno suyo orbitan las ideas de éxito y fracaso, riqueza y pobreza, competencia e incompetencia, sobresalir y rezagarse, tener y no tener, ser y no ser (qué, a veces no lo sé), etc.

Ganar reproduce eras con suelo seco en los húmedos campos donde la semilla debiera alzarse. ¿Cómo puede ser esto verdad? Para responder es preciso, aunque sin ahondar por razones de espacio, delinear brevemente cuál es la función, ser o bien fuerza de las ideas; explicación que sólo podrá en cierto grado desdoblarse poniendo en relieve los traslapados tres registros que sostienen nuestra existencia: realidad, mundo y sentido.

En primero, la realidad es, ni verdadera ni falsa: real. Verdad y mentira corresponden a lo que vemos, escuchamos, decimos o hacemos; no a la realidad. Ésta es lo que es, superior a toda percepción e interpretación, igual que narra el Éxodo cuando se quiere nombrar a Dios (3:14); mayor a cualquier imagen, imposible de capturar en los límites de una idea. Sólo mínimas partes distinguibles y aprehensibles se nos dan a través de los sentidos, con ellas ideamos y configuramos accesos para tratar de entender el mundo. Esas, las ideas y configuraciones, muchas son tal y otras sólo figuraciones, extravíos y tergiversaciones; algunas muestran el sentido y las restantes sólo contrasentidos, pero siempre señales, destino siempre, siempre guían al principio o a ninguna parte.

La realidad es lo que está ahí, aquí, dado; la podemos intuir, pero no abarcar, por eso no se le comprende, aunque es posible entenderla. Es a priori, entes y después de las cosas, y aunque ella misma no es ninguna cosa, las incluye a todas. Es justa, se manifiesta a través de la necesidad, nos reclama y exige atención, pero lo hace sin lenguaje, se expresa, pero no habla, llama a través de las fuerzas encargadas de sostener el equilibrio de la existencia.

Mundo, por lo suyo, es la totalidad de las cosas en acto. Es decir, la interacción de cuanto hay. El mundo manifiesta la coexistencia de todo lo existente. Deja ver que nada es ni existe por sí mismo ni de forma independiente. No sabe de individuos sólo de sujetos, tampoco de entes sino de relaciones. Es el mundo el plexo de correspondencias que definen a cada uno de los distintos.

Por último, el tercer registro que nos sostiene es el sentido. Sentido es el horizonte, lo que vemos, entre lo que nos movemos, las señales que orientan y estas no son otra cosa que las ideas: Son las ideas quienes nos conducen, remiten, muestran y ocultan; caminamos esquivándolas, saltándolas, rodeándolas y siguiéndolas. ¿Cuáles seguimos y cuáles esquivamos?

Ahora, una vez hojeado el mundo, la realidad y las ideas, debe empezar a verse la fuerza del ganar. En la siguiente entrega ahondaré sobre la manera como esta idea moldea nuestra forma de habitar, la cual muchas veces hemos adoptado como única. Sin embargo, veremos que al cambiar la idea colocada en el centro gravitatorio del sistema, es posible rehacer los cursos, recursos, casos y cosas.

 

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