Han pasado quinientos años desde aquel 13 de agosto de 1521, fecha en que la historia de la humanidad ha situado la caída de una civilización que en menos de cien años logró erigirse como todo un poder político y económico en Mesoamérica.

Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo, exaltando las virtudes de un pueblo y los defectos de un puñado de hombres que, en nombre de un rey católico y alejado de órbita mesoamericana, acrecentaron sus dominios más allá de las columnas de Hércules.

A quinientos años de aquel acontecimiento que marcó la historia de la humanidad se deben hacer a un lado las ideas erróneas que por muchos años se han cultivado en distintos sectores de la sociedad. Intrigas, rencores, estigmas y anacronismos circulan por diferentes medios, que lejos de fortalecer el sentido de pertenencia a un pueblo, los alejan de los valores que legaron las culturas antiguas en la conformación de la identidad nacional.

Es momento de conocer en sus debidas dimensiones la historia de la conquista. Retomar las fuentes históricas de los diferentes pueblos, tanto indígenas como europeas, para comprender las implicaciones que tuvo la incursión de Hernán Cortés en tierras mesoamericanas.

La conquista cambió de manera drástica la dinámica de las sociedades mesoamericanas para dar cabida a una nueva sociedad que, enraizada en los reinos de la Península, germinó en unas tierras nuevas con un crisol único en los últimos cuatro milenios de la historia de mundo. Para lograrlo, el ámbito académico debe prestar atención a la sociedad en general, en donde se puede impactar, particularmente en los niños y jóvenes de los distintos niveles de educación básica, niveles hasta cierto punto olvidados por los avances en la investigación histórica. Ya lo decía Marc Bloch, “no alcanzó a imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a los escolares”.

En esta ocasión se presenta un discurso que pronunció ante el presidente Porfirio Díaz el gobernador de Tlaxcala, el coronel Próspero Cahuantzi en honor, ni más ni menos, que de Cuauhtémoc, último tlahtoani de Tenochtitlan con cuya resistencia quiso salvar el honor y el orgullo de los mexicanos a poco de rendirse ante las tropas de Hernán Cortés.

Es de notarse que a lo largo del texto se exaltan las virtudes de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc en la resistencia tenochca, pero de los tlaxcaltecas no se hace mención. La única referencia a los pueblos que se aliaron a los conquistadores la hace cuando menciona que, gracias a la habilidad de Hernán Cortés pudo atraerse muchos aliados.

El presente texto fue publicado por la imprenta del gobierno de Tlaxcala en 1889. Se retoma el texto con algunas modificaciones a la ortografía del momento para hacerlo inteligible al momento presente.

Discurso pronunciado por el Sr. Coronel Próspero Cahuantzi, gobernador del estado de Tlaxcala, en la manifestación hecha en honor de Cuauhtémoc.

Sr. Presidente de la República:

Señores:

La historia de los pueblos que han formado la nacionalidad mexicana debe ser conocida de las generaciones actuales y de las futuras, porque ella encierra nobilísimas enseñanzas que vigorizan el patriotismo y prueban que en la antigua sangre indígena, lo mismo que en la antigua sangre española, había los elementos de valor y de orgullo para constituir un pueblo, como el nuestro, libre y soberano.

Con el propósito de hacer pública una de tales enseñanzas, el Ayuntamiento de esta ciudad, de acuerdo con las Juntas patrióticas, dispuso que en este día se conmemoren los hechos heroicos que tuvieron lugar hace trescientos setenta años; hechos que nuestra historia patria consigna en sus anales, y que se debieron a las hazañas guerreras de nuestros antepasados indígenas, cuando vinieron los españoles capitaneados por Hernán Cortés.

Señores: Honrado por el mismo Ayuntamiento para hacer uso de la palabra, mi voz tiene que pronunciar, o mejor dicho, tiene que repetir lo que hasta la saciedad han dicho sabios y elocuentes oradores, al tratar sobre los acontecimientos efectuados durante el tiempo de la conquista; tiene que narrar episodios por los cuales tal vez se puedan lastimar el buen nombre y la dignidad de las diversas nacionalidades altamente representadas aquí, al concurrir a honrar con su presencia este acto solemne. Pero no; ofrezco a la respetable concurrencia que solo haré mérito de lo que realmente atañe a la defensa heroica hecha por Cuautli Otemoc, (nombre primitivo de este Monarca) teniendo en cuenta que para que el conquistador Cortés cimentara un nuevo orden de cosas en el país de una raza indígena, siendo ésta belicosa y guerrera, era preciso que al intentar el cambio, sufrieran las masas los horribles estragos de la guerra, porque para plantear un gobierno nuevo en un país desconocido, convenía a los intereses del conquistador echar por tierra todo cuanto existía con fuerza física y moral, tanto en materia de religión como en el de las leyes, de las tradiciones, de las costumbres y hasta del fanatismo.

Entraré en materia sobre el asunto que ha motivado esta reunión.

México, en la época en que fue gobernado por los emperadores aztecas, antes de la conquista, fue grande. Así lo de muestran los hechos del poderoso Achalchihuitl tlanetzin, primer caudillo de los antiguos toltecas; los de Necaxec mitl, reverente cultor de los dioses; los del munificentísimo Nopal; los del generoso Tlohtzin; los del magnífico poeta Nezahualcóyotl; los del intrépido y belicoso Ahuitzotl, quien a su muerte señaló con sus dotes administrativas un legado precioso a la posteridad, dejando un pueblo rico, guerrero, altivo, civilizado e industrioso. Pero la suerte que es voluble no favorece siempre el destino de los pueblos; por eso las grandezas mencionadas de este suelo privilegiado y que fueron procuradas por los gobernantes expresados, elevándolo hasta la cumbre, vinieron por tierra en manos del monarca Motecuezoma Xocoyotzin, a causa de haber transigido con su adversario Cortés. Ese monarca, por conservar el trono, en medio de su cobardía, tuvo que sacrificar el territorio nacional y la independencia de la Patria, muriendo en medio de la más espantosa degradación.

¡Quizá este golpe sea un efecto marcado por la mano del Omnipotente, o sea el destino de la humanidad!

Muchas veces los pueblos educados en la adoración de un hombre siguen las huellas de éste; y cuando ven que por él van a su desgracia, cuando miran que corren a su pérdida, despiertan, pero ya tarde, muy tarde, para levantarse de pie y libertarse de ser víctimas de la pequeñez de ánimo de su gobernante.

Y es que la colectividad resume su espíritu y su fuerza en una individualidad; y consagrada a la obediencia, a la adoración de un individuo, piensa, siente y obra por él solo. El soberano, la persona, no el pueblo, hace el bien o el mal.

Allí, en donde un hombre gobierna sin la cooperación de los demás, todo lo es el hombre. La independencia, la nacionalidad, la honra, todo se refiere a él, sin tener participio alguno el pueblo.

Pero no debe sorprender a la concurrencia el acontecimiento que acabo de narrar, ni menos admirarse por haberle cabido en suerte a México pasar por esta escala dolorosa por la debilidad y cobardía de Motecuezoma. La misma España, madre de los conquistadores, también pasó por esta escala bien triste. No tendríamos más que recordar su historia contemporánea ¿Y el Austria? ¿Qué ha pasado también hoy en el país de Carlos V?

Después de Sadowa, Francisco José tenía cuatrocientos mil hombres armados que oponer a los victoriosos prusianos, y si lo hubiera hecho, quizá habría perdido el cetro, pero hubiera salvado la honra de su Patria.

Pero para Francisco José como para cualquier otro autócrata, la Patria y su honra son su capital y su trono; y antes que consentir en abandonar la una y en perder el otro, firmó la paz vergonzosa que le quitó gran parte de su imperio, haciendo que sus cuatrocientos mil soldados, descansando sobre sus armas, asistieran a esa vergüenza.

Estos acontecimientos que se identifican en un todo dan a conocer a la posteridad, que hay momentos en que los pueblos, por una ley fatal, son víctimas del infortunio y se someten a duras condiciones que deciden de su destino para siempre.

Poniendo en paralelo la conducta de Motecuezoma con la de Cuauhtémoc, se verá que todo lo que tuvo de pusilánime y condescendiente el primero, tuvo de valeroso y de firme el segundo.

Notorio es para las personas ilustradas, que resentido Cuauhtémoc, por la condescendencia de Motecuezoma con los españoles, tuvo que desconocerlo; esta acción quizá fue un efecto del amor patrio, porque es sabido que, en la antigüedad, era una verdadera profanación atentar contra el rey; se castigaba con pena de la vida el hecho por insignificante que fuera.

Una vez efectuado el desconocimiento, Cuauhtémoc unió con suma actividad sus elementos de guerra a los que tenía preparados Cuitláhuac, no obstante, la prisión que éste sufrió en compañía de su hermano el mencionado monarca; nada más que cuando estos jefes se pusieron a la cabeza de sus compatriotas ya era tarde, si se atiende a que Cortés, sin embargo, de los reveses sufridos, contaba ya con la influencia de los señoríos. Por esta razón la conquista era inevitable.

A la muerte de Motecuezoma II, le sucedió su hermano Cuitláhuac. El nacimiento de éste lo llamaba a servir en el ejército, y desde sus primeros años dio muestras de valor distinguiéndose en las campañas de Atlixco, Miztecapan y Tecuantepec, llegando en breve a la suprema dignidad de generalísimo de las tropas; y no obstante su juventud, gobernaba en 1519, como principal, el feudo de Iztapanapan y además ocupaba un asiento en el Consejo del Imperio.

Después de una prisión penosa que sufrió en compañía del desventurado monarca, ocho días después de adquirida su libertad, fueron suficientes para que este denodado jefe escribiera con el filo de su macuahuitl la fecha memorable de 30 de junio de 1520, fecha que no se borrará de la memoria de las generaciones presentes y futuras; está marcada con caracteres indelebles.

Con razón la historia nos dice que al morir Epaminondas, alguno se lamentaba de que tan grande hombre no tuviera sucesión. Os engañáis, replicó el tebano; dejó dos hijas inmortales, Leuctres y Mantinea. Otro tanto podemos decir en favor de Cuitláhuac dejó una hija llamada la Noche Triste.

Con la aurora que siguió a esta noche, pudieron comprender los mexicanos lo inmenso de su victoria; pero también una acción de armas de tanta magnitud como ésta, les hacía notar cuán cara cuesta sostener la independencia de la Patria.

Este fue el episodio más importante efectuado bajo el mando militar del referido Cuitláhuac. Su administración como monarca duró muy poco. Atendiendo a la opinión de un escritor, hay épocas en la vida de los pueblos, en las que parece que la maldición del cielo pesa sobre ellos haciendo hasta que se dude de la justicia divina. Como si no fueran bastantes para el imperio azteca las calamidades que sobre él pesaban, un nuevo azoto vino a herirlo de una manera horrible; las viruelas traídas de Cuba por un negro de la expedición de Narváez. En breve llegó esta enfermedad a la capital, segando la vida de un gran número de grandes señores e ilustres guerreros, que, en momentos supremos para México, eran la esperanza de la Patria. La pérdida más importante y más sensible fue la del monarca Cuitláhuac; este hombre indomable por su valor, cuya vida habían respetado las armas españolas, sucumbió víctima de la peste.

No quiero fatigar más vuestra delicada atención. Básteme decir, honrando la memoria de Cuauhtémoc, que es por quien ha venido hoy la honorable concurrencia a tributar un homenaje de gratitud y respeto al héroe sacrificado en aras de la independencia, que, según Ixtlilxóchitl, fue decapitado en un punto cercano al rio de Cuatzacualco y a inmediaciones del pueblo de Teotilac, cuyo hecho triste tuvo lugar el día diez y nueve de junio de mil quinientos veinticinco.

Señores: yo no tengo la fortuna de poseer dotes oratorias para ensalzar como debía a aquel héroe que con su ejemplo nos enseñó la manera de ser libres; y solo podré anunciar, que, si los Espartanos tuvieron un Leónidas, que con justicia el mundo admira por su denodado valor en la defensa de las Termópilas, los aztecas tuvieron un Cuauhtémoc, quien también supo defender con denuedo y bizarría los sacrosantos derechos del pueblo que habitaba la altiva Tenochtitlan.

Si es verdad que el número de los españoles era reducido, no lo era así el de los aliados que Hernán Cortés tuvo la habilidad de atraerse como partidarios.

Trescientos sesenta y ocho años ha que tuvieron lugar los acontecimientos narrados sobre esta región de la América, antiguamente asiento de pueblos numerosos y guerreros, sin que el trascurso de estos años sea bastante para borrar la figura imponente del que fue uno de tantos mártires de la independencia de México.

Cuauhtémoc, último emperador indígena, personificando el valor y el heroísmo, se levanta siempre grande y siempre noble a través de tantas vicisitudes y de tantos sufrimientos que ha tenido este suelo de los tenochca, y que hoy habitan distintas razas y en que brillan nuevos héroes.

México, 21 de agosto de 1889.

luis_clio@hotmail.com

@LuisVazquezCar

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